Lyrsa María Torres Vélez
Departamento de Sociología y Antropología (Antropología)
Facultad de Ciencias Sociales
Era un día caluroso. Maquiavelo y Félix se disponían a escapar del apartamento. No tenían más nada que hacer. Sus dueñas habían salido a trabajar, como de costumbre. Era la misma historia de los últimos meses. Se levantaban temprano, los saludaban y luego de algunos mimos, desaparecían por la puerta hasta entrada la noche. Era en esos momentos en que los dos gatos dejaban el montaje y eran los mejores amigos del mundo. Habían decidido, por influencias de Félix, que era el más viejo, no llevarse bien delante de las amas para que siempre les dieran la misma atención a ambos.
— Si les hacemos creer que no nos queremos, siempre nos darán las mismas atenciones, para no crear “celos” entre nosotros.— Félix comentó al tercer día de conocerse.
— ¿Tú crees? Yo realmente no sé nada. Es la primera vez que estoy con una dueña fija. Mis primeros meses de vida los he pasado de zafacón en zafacón y de marquesina en marquesina— le respondió el pequeño Maquiavelo.
Todos estos meses el plan se había logrado a cabalidad. Por el día jugaban juntos. Corrían por el apartamento. Félix le enseñaba a Maquiavelo cómo cazar lagartijos y cucarachas. A veces se acostaban en las camas de sus amas a ronronear luego de haberse comido su comida y la de los gatos vecinos. Se habían convertido en un tremendo dúo gatuno. Pero por las noches, se trataban a distancia. Félix hacía como que iba a morder al indefenso Maquiavelo si se le acercaba, y este se tumbaba al piso haciéndose el muerto, como un perro, algo que Félix siempre le corregía al otro día.
— No somos perros. No nos hacemos los muertos ni nos buscamos la cola. Eso lo hacen ellos, que no son ni inteligentes ni autosuficientes como nosotros.
Habían estado muy pendientes de que las amas dejaran una puerta o ventana abierta. Desde que encontraron a Maquiavelo enganchado entre una ventana y la reja, en plan de escape, las amas se aseguraban de cerrar todo antes de irse. Solo abrían las ventanas cuando estaban en el apartamento. Estaba totalmente prohibido que Maquiavelo saliera. No estaba vacunado aún, además de que estaba convirtiéndose en un gato elegante, limpio, casero. Poco a poco había dejado ese porte de gato de callejón con el que había llegado, pero le hacía falta salir a la calle. Ver los alrededores de su nuevo hogar.
Félix sabía que podía ser peligroso:
— Si peleas y te muerden, te vas a enfermar.
Pero ya estaban cansados de pasar los días encerrados. Querían cazar, pero en otros patios. Sentir el calor de la brea en sus patas. Ese día las amas se descuidaron y dejaron la puerta del patio entreabierta.
— Hoy es el día. Estas niñas se han vuelto locas. Encerrándonos aquí, con el calor que hace— dijo Félix.
Luego de comer y abastecerse de agua, Félix y Maquiavelo salieron al patio.
— Que bien se siente el fresco de la brisa. Hace tiempo que no sentía el sol en mi pelaje— comentó Maquiavelo.
Comenzaron a trepar los pequeños árboles y matas que rodeaban el patio. La brisa soplaba un poco más fuerte. Envueltos en sus juegos y el disfrute de la libertad clandestina no se dieron cuenta que el viento cerró la puerta del patio.
— ¡Estamos fritos!— dijo Maquiavelo. —Ahora sí las he enliado. Me dijo que no me saliera, que me iba a castigar con baño si me escapaba. No me quiero bañar Félix, ¡me rehúso! Los perros son los que tienen que bañarse, yo soy un gato. ¡Somos gatos! No necesitamos baños, ni oler a flores.— Maquiavelo comenzó a sentir pánico.
⎯ ¿Y si no llegan? ¿Si se molestan y nos abandonan? Yo no puedo vivir en un zafacón. Me han cortado las uñas, ¿Cómo me voy a defender si otro gato me ataca?
— Mantén la calma, chico, todo va a estar bien— se limitó a decir Félix.
— ¡Pero estás loco! Que llegan y nos ven aquí. ¡Nos castigan con el baño! — repetía Maquiavelo.
— Querías salir ¿no? Pues ya. Estás afuera. Disfrutemos mientras podamos, ya averiguaré la forma de entrar— le contestó Félix.
Maquiavelo respiró profundo. En parte Félix tenía razón. Ya estaba afuera. ¿Qué más podía pasar? Poco a poco comenzó a respirar mejor. Un baño no es tan malo y con estos calores no viene mal. Comenzó a treparse en una de las pequeñas palmas que había en el patio. Quería llegar al tope, pero aún era muy pequeño y, cada vez que lo intentaba, volvía al piso. Félix lo miraba, y reía por dentro. Se veía en el pequeño Maquiavelo cuando era un gatito pequeño y travieso. Ya era viejo, un poco más sabio y listo.
Luego de estar toda la tarde correteando por el patio, trepando árboles y cazando lagartijos en la naturaleza, y no dentro de las cuatro paredes como era usual, el sol comenzó a caer. Maquiavelo había olvidado por completo que ya era hora de buscar cómo volver a entrar. Félix se lo recordó.
Ya es hora. Mientras tú estabas como un demente buscándote la cola, como un perro, se me ocurrió que podemos entrar por la ventana del baño. Te va a dar un poco de trabajo, porque es un poco alto pero, si me sigues, podremos entrar sin problemas.
Félix se acercó a la ventana. Era grande y alta, llegaba casi al techo. Poco a poco comenzó a ascender por la reja:
— Sígueme, que no te pasará nada— le dijo Félix a un asustado Maquiavelo.
Subió, y subió. El pequeño Maquiavelo lo seguía, con un poco de miedo, pero disfrutando cada segundo. Mientras más alto subía, su corazón latía más rápido.
— Ya estamos llegando— dijo Félix. Entreabrió un poco la hoja de la ventana con su cabeza.
— Vamos, dale rápido. Están por llegar. Voy abrir un poco más la ventana y tú entra. Es poco probable que me bañen a mí si me ven fuera”.
Maquiavelo apresuró el ascenso. Se escurrió por la ventana y le dijo a Félix: —Te veo horita. Félix bajó a toda prisa la reja.
— Están por llegar, están por llegar— pensaba.
Brincó del alero de la ventana al piso. Cruzó el pequeño patio y trepó la verja que dividía el mismo de una marquesina que no se usaba. Otro brinco al piso. Respiró profundo, ya estaba viejo para estos juegos. Corrió por la marquesina y salió a la calle. Le dio la vuelta al edificio donde se encontraba el apartamento y se apresuró a la puerta. Ya llego, ya llego, pensó. Y justo cuando se sentó frente a la puerta escuchó el motor del carro acercarse. Un minuto. Pasos suenan, poco a poco más cerca.
— ¡Félix! ¿Cómo te saliste? Si yo cerré todo cuando salí— dijo una de las amas.
Abrió la puerta y entró. Maquiavelo comenzó a correr en su dirección y, justo a unos tres pies de distancia, Félix maulló. Levantó su lomo y una de sus patas frontales en señal de ataque. Maquiavelo paró en seco y se hizo el muerto.
— ¡Ay, son tan adorables los dos! ¿Cuándo se van hacer amigos? — dijo la ama al verlos. Sonrió y se dio la vuelta.
Mientras se alejaba al baño comentó:
— Maqui, tú como que hueles a chinchecito. Te hace falta un baño.
— No me salvo ni haciendo trampa— pensó el pequeño gato.
……….. En memoria de Félix el gato (2009-2015)
Revista [IN]Genios, Volumen 2, Número 2 (FEBRERO, 2016).
ISSN#: 2374-2747
Universidad de Puerto Rico, Río Piedras
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