Acuerdo de paz: Aquiles o El guerrillero y el asesino, de Carlos Fuentes, como propuesta pacífica para Colombia y Latinoamérica

Jorge Antonio Sánchez Rivera
Departamento Programas y Enseñanza (Español para Secundaria)
Facultad de Educación

 

Resumen:

La recién surgida situación con el acuerdo de paz entre el gobierno de Juan Manuel Santos y la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) no pasa inadvertida por quienes esperamos la paz entre ambos grupos encontrados. Mientras que el proceso de paz se lleva a cabo, escritores como Abad Faciolince se han expresado a favor, aunque, otros como Fernando Vallejo, lo aborrecen. En medio de dicha discusión, este trabajo explora la novela póstuma de Carlos Fuentes para demostrar las formas en que se puede llegar a la ansiada paz colombiana a través de un evento que funge como una «lección de piedad». Se analizará cómo la vida del personaje principal, Carlos Pizarro, sigue siendo un ejemplo de las posibilidades para cesar el conflicto armado y legitimar los ideales guerrilleros. Emplearemos como base teórica el texto Violence de Žižek, mientras se hace un comentario de texto guiado por autores como Juan Duchesne y Marco Palacios.

Palabras claves: conflicto bélico, acuerdos de paz, Carlos Fuentes, Colombia

 

Abstract:

The newly emerged situation with the Peace Agreement between the government of Juan Manuel Santos and the Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) guerrilla does not go unnoticed between the people expecting peace between the two groups. While the peace process is carried out, writers such as Abad Faciolince have expressed their support, although others, like Fernando Vallejo, abhor it. In the middle of this discussion, this paper explores Carlos Fuentes's posthumous novel to demonstrate the ways in which Colombia could reach peace through an event that serves as a "lesson of piety." We will analyze how the life of the main character, Carlos Pizarro, continues to be an example of the possibilities to cease the armed conflict and legitimate the ideals of the guerrillas. Our theoretical basis will be the text Violence by Žižek, while also commenting the text guided by the critics such as Juan Duchesne and Marco Palacios.

Keywords: armed conflict, peace accord, Carlos Fuentes, Colombia

 

“Sometimes doing nothing is the most violent thing to do.”

Slavoj Žižek, Violence

Introducción[1]

Tal como señala la viuda de Carlos Fuentes, Silvia Lemus, este es el mejor momento para leer la novela póstuma, Aquiles o El guerrillero y el asesino, dado el Acuerdo de paz entre el gobierno colombiano encabezado por Juan Manuel Santos Calderón y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), la guerrilla más antigua de Latinoamérica. A través del “poder evocador de las palabras” (Abad Faciolince, El olvido 237) Fuentes revive un evento que funge como ejemplo vivo de la paz entre las guerrillas y el Estado, “… la historia de Carlos Pizarro Leongómez (1951-1990), jefe guerrillero del M-19, quien abandonó las armas, se propuso como candidato a la presidencia de la república y fue asesinado … el 26 de abril de 1990” (Ortega 13). El escritor mexicano adopta “… el lenguaje de una imaginación compartida, quizá, con otros latinoamericanos” (Fuentes 39), para recrear la experiencia guerrillera de Pizarro Leongómez y sus compañeros. Tal como está ocurriendo actualmente con las FARC, hace aproximadamente 27 años, el grupo guerrillero 19 de abril de 1970, mejor conocido como M-19, se desprendió del conflicto armado como eje de lucha social para integrarse en las urnas eleccionarias de Colombia.[2] La impunidad a un grupo guerrillero como vía de paz se repite y ello debe repensarse con cautela, pues no todos los colombianos están de acuerdo en que la paz es igual a impunidad. Recordemos al escritor Fernando Vallejo y sus diatribas contra los pasados gobiernos. Por ello, en este artículo evaluaremos cómo la violencia y la memoria son ejes de una historia que propone la paz desde ópticas disímiles, pero posibles, a la vez que analizaremos, según la opinión de la crítica, cuál es el sendero por el que Colombia y Latinoamérica pueden llegar a la ansiada paz social.

 

Discusión

No sorprende que el tema central de la novela sea la violencia, pues esta ha sido y continúa siendo un tópico recurrente en la vida y en la literatura colombiana y latinoamericana. Como señala Charles Bowden, citado por Jean Franco: “Violence is not a part of life, now it is life” (216), sin embargo, cabe definir los tipos de violencia percibidos en la novela, de manera que se comprenda cómo la élite social ejerce una violencia invisible a un grupo subyugado, cuya pobreza extrema y desigualdad social se convierten en motivación agresiva contra su victimario inicial. En cuanto a estos tipos de violencia, el filósofo esloveno Slavoj Žižek, en su libro Violence, explica que la violencia subjetiva (los actos criminales y de terror) es solo la parte más visible dentro de la sociedad occidental actual. Señala que hay una violencia objetiva, casi invisible, compuesta por violencia simbólica, la cual está oculta en el lenguaje y sus formas, y violencia sistemática, definida como las consecuencias catastróficas generadas por un sistema económico o político (Žižek 1-2). Así, pues, comprendemos, por un lado, el axioma de la violencia como eje de la novela, pues como expresa el narrador: “Los une la violencia. Los une la historia. La historia del país es su violencia compartida” (Fuentes 65). Por otro lado, entendemos que existe una oligarquía la cual pretende mantener el sistema cíclico de la violencia para que la sociedad recurra a ella como protectora y defensora, aunque realmente sea el artífice tras la violencia subjetiva cuya percepción obnubila la violencia objetiva.

Una vez nos distanciamos de la violencia subjetiva, podemos percibir cuán enfática es la narración en destacar la violencia objetiva de la élite. Recordemos que la insurgencia guerrillera nace de lo que el crítico puertorriqueño Juan Duchesne Winter cataloga como “… un grupo de personas [que] se dispone a derrocar la ley del estado imperante … mediante un ejercicio sistemático de la violencia que desafía el monopolio de la violencia ejercido por el estado, [y que] se enfrentará a la disyuntiva de sustituir al estado sin contar en muchos casos con más mediación institucional que la ley de las armas” (Guerrilla narrada 55). Por lo tanto, la novela se vale de la historia colombiana entre 1950 a 1990 para representar la vida de los personajes guerrilleros, desde su motivación de la insurgencia contra la tradición política, hasta el homicidio de Aquiles o Pizarro Leongómez.

Sin embargo, estos eventos recreados en un texto literario tienen otro valor importante para nuestra actualidad histórica. Pensemos en la memoria de los sucesos narrados como un ejemplo para proponer la paz entre las guerrillas existentes, las FARC y el ELN. Tal como el M-19 se acogió a los acuerdos de paz propuestos por los gobiernos de Belisario Betancur (1982-1986) y Virgilio Barco (1986-1990)[3], y legitimó su poder al dejar de lado las armas y unirse al cambio social a través de un partido político, las FARC han hecho lo mismo a través del acuerdo tratado con Juan Manuel Santos, en el que se les ofrece impunidad como medio de transformación social. Así, la novela se convierte en un entramado verbal cuya función sería rememorar los eventos pasados para aprender de ellos y aplicarlos a la actualidad. Por consiguiente, la reflexión del pretérito se transforma en ejemplo para el porvenir, pues como arguye Duchesne Winter: “Memoria no pensada es memoria podrida, mas pensar la memoria del evento la reconduce a ese deseo que interrumpe el tiempo y reinstaura el presente” (Comunismo literario 12). Por ello que la novela, sea una narración intemporal, pues “… la lectura busca hacer sentido para que los héroes no abandonen el lenguaje y sigan actualizando sus demandas. La breve y rutilante historia de Carlos Pizarro poseía el brío heroico y la lección trágica de la civilidad no sólo en Colombia sino en cualquier país que agoniza en su urgencia de legitimar el poder” (Ortega 15).

No obstante, debemos cuestionarnos, una vez leemos la historia desvelada en la narración de Fuentes, cuál sería la vía “correcta” para proponer la paz entre el gobierno y la insurgencia guerrillera tanto en Colombia como en Latinoamérica. La interrogante surge de las discusiones incesantes entre quienes están de acuerdo con la integración cívica de los guerrilleros a través de la impunidad parcial y quienes abogan por un proceso judicial riguroso contra estos grupos.[4] Si basamos la decisión según los sucesos narrados en la novela, una opción para la paz sería el castigo de los líderes guerrilleros para que los restantes miembros puedan convivir civilmente en la sociedad. Carlos Pizarro Leongómez o Aquiles, si bien acordó con el gobierno reintegrar el M-19 a la sociedad colombiana, prescindiendo del conflicto armado, fue acribillado durante un vuelo, luego de aspirar a la presidencia de Colombia. Sabemos que dicho magnicidio fue cometido por un sicario, empero, el joven no trabajaba para los narcotraficantes como se sugiere en el texto, sino que era un peón de los paramilitares, quienes, a su vez, estaban inextricablemente unidos con el gobierno en una guerra sucia contra la guerrilla y sus miembros.

Pablo Escobar, caudillo del Cartel de Medellín, señala en una carta al gobierno incluida en el reconocido libro de Alonso Salazar, El patrón del mal, los verdaderos culpables de la muerte de Pizarro:

Si va a haber justicia, que sea para todos. Les recomiendo conseguir una fotografía del señor Carlos Castaño Gil… En el DAS cuenta con la colaboración de Alberto Romero y con éste movió a su antojo a los guardaespaldas del DAS para poder asesinar a Jaramillo, Pizarro y demás de la izquierda. (324)

Tomando la palabra del difunto narcotraficante declarado izquierdista, quien además tuvo conexiones con el M-19 y las FARC, el Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) trabajó junto con el líder paramilitar Carlos Castaño Gil para asesinar a Aquiles, el aspirante que declaraba: “No sólo soy coraza de guerra. También soy cabeza de paz” (Fuentes 36). Por lo tanto, el gobierno castigó a Pizarro, casi de manera invisible, con el mismo instrumento que este empleaba durante su tiempo como guerrillero, el homicidio. Piénsese que la novela propone la paz de los grupos guerrilleros solo cuando sus líderes pagan (ya sea con sus vidas o con un castigo judicial) por los crímenes cometidos en el pasado. En cuanto a esta visión de la paz, de finiquitar la violencia mediante el castigo, Žižek comenta: “The only way truly to forgive and forget is to enact a revenge (or a just punishment): after the criminal is properly punished, I can move forward and leave the whole affair behind … The ‘merciful’ logic of ‘forgive, but not forget’ is, on the contrary, much more oppressive” (190). Según el filósofo, debemos actuar de acuerdo con la lógica de la justicia que castiga al criminal, parecida a la ley del Talión.

Esa podría ser la propuesta de quienes están de acuerdo con que los miembros de las guerrillas paguen por sus crímenes, faltaría analizar otra vía pacífica que, como aduce el escritor Héctor Abad Faciolince, “… no se hace para que haya justicia plena y completa … [sino] para olvidar el dolor pasado, para disminuir el dolor presente y para prevenir el dolor futuro” (“Ya no me siento víctima”). Nos referimos a la otorgación de impunidad a las guerrillas por parte del gobierno para que estas se reintegren a la sociedad civil, renuncien a las armas como instrumento de cambio social y formen parte del cambio a través de la legitimación política. Tal como mencionamos, este es un relato que, gracias a la rememoración crítica, funge como ejemplo de paz para ambas partes sin recurrir a la violencia subjetiva. El mismo narrador de la novela comenta que “… puede haber modernidad incluyente, no excluyente. ¿Lo entenderemos algún día?” (Fuentes 56); “La élite colombiana no ha cumplido con su deber. Nos ha dejado sin opciones … ¿Por qué nadie sabe darles salida política a los conflictos?” (122). Sus interrogantes han sido contestadas: sí es posible una salida democrática, pacífica y de mutuo acuerdo a los problemas de desigualdad social que impone la élite tradicional.

La sociedad ha aprendido a distarse ampliamente de los eventos violentos ocasionados por los grupos guerrilleros como parte de su filosofía insurgente. Se ha aprendido a olvidar el dolor pasado para apostar por un futuro pacífico, esperanzador. Cabe recordar dicha filosofía insurgente a través de las palabras de Duchesne Winter, quien expone que:

Disentir, criticar, desobedecer, desertar, conlleva en tal contexto restringido, quiérase o no, incurrir en una inconducta, en un acto de indisciplina o aun en una falta criminal en una situación donde estas acciones pueden poner en peligro la vida de la comunidad militante y el proyecto mismo… Este régimen cuasi-estatal instaura formas de participación democrática, en el sentido social… pero estas formas no dejan de ser autoritarias en el sentido político, dada la verticalidad de las prácticas decisionales y el control jerárquico y militarizado que prevalece sobre toda gestión política de envergadura. Las relaciones entre la guerrilla y el pueblo, en ese sentido, son tan democráticas e igualitarias como unidireccionales. (Guerrilla narrada 58, 61)

Una vez las personas se distan de estos eventos crueles, no perciben con rencor la violencia subjetiva impuesta por las guerrillas. Dado ese distanciamiento, consideran que la opción rápida para la ansiada paz y para finalizar con el conflicto armado es la impunidad de estos grupos. En vez de subrayar la importancia de un castigo a los grupos guerrilleros, el sendero de paz privilegia el cese de actos violentos contra los civiles.[5] Incluso, Julio Ortega expresa que: “… la vida y la novela se alimentan de esa protesta esperanzada, y apuestan por un país imaginado como un territorio organizado por la Ley” (25).

Por lo tanto, en palabras del mismo Ortega, “Fuentes… gestaba, otra vez, una novela latinoamericana hospitalaria, donde la muerte no fuese un deporte nacional sino una lección de piedad” (21). Cabe la posibilidad de dirimir los conflictos armados entre el Estado y las guerrillas si se opta por la impunidad de los últimos con la condición de que se integren a la sociedad con una propuesta política legítima, que use como instrumento la palabra, no las balas. Hoy vemos cómo las FARC han acordado precisamente esa vía de paz para un mejor porvenir en Colombia. Asimismo, observamos que el gobierno de Santos continúa promoviendo la paz con sus intentos de diálogo con el Ejército de Liberación Nacional, mas con la condición de que estos liberen a los civiles secuestrados y, posteriormente, renuncien a las armas. Así, el texto “… parece obrar como signo e instrumento de ese otro tiempo casi cósmico donde su actual acontecer cobraría su verdadero y más profundo significado” (Duchesne, Guerrilla narrada 37).

Importa también mencionar que esa vía de paz debe mantenerse sin importar el gobierno que esté en el mando. Marco Palacios explica que solo el presidente de la República es quien puede dirigir las negociaciones de paz con quienes alcen las armas contra el Estado y abunda sobre dicho proceso:

todos los procesos son cuatrienales… Independientemente de la consistencia interna de las metodologías de pacificación, forman un campo en que los actores del momento reaccionan a las presiones del gobierno de Estados Unidos, a las tácticas del juego electoral o a las tendencias de la “opinión”, fabricada o no en los medios de comunicación. (138)

De esta manera, vale repensar las discusiones públicas que se han suscitado entre el presidente Santos y el expresidente, y actual senador opositor, Álvaro Uribe Vélez. Estas personas, tal como ha ocurrido en el pasado en Colombia y en toda Latinoamérica, están tan enfocados en las estratagemas políticas para mantener sus partidos en el poder que se olvidan del pueblo, relegan la verdadera razón para firmar la paz social. Mientras que Álvaro Uribe firmó la paz o relegitimación con los paramilitares y enfrentó una asidua guerra contra las guerrillas durante su presidencia (2002-2010), ahora critica a Juan Manuel Santos por haber firmado la paz con las FARC. Ambos grupos, tanto los paramilitares como las guerrillas, fueron financiados durante mucho tiempo por los narcotraficantes. Rememoremos que los hermanos Castaño Gil, jefes paramilitares, eran parte del Cartel de Medellín, mientras que otros miembros del Cartel como Carlos Lehder y aun Pablo Escobar financiaban las guerrillas, enemigos de los paramilitares. Igualmente, estos tres pilares (guerrillas, paramilitares y narcotraficantes) se ven financiados con recurrencia por la política y el Estado, asimismo ocurre a la inversa, siendo éste un proceso de reciprocidad política. Marco Palacios lo evidencia en los dos últimos capítulos del libro Violencia pública en Colombia, mas cabe citar: “Por ejemplo, en Medellín, una de las grandes capitales mundiales del círculo drogas-violencia de los últimos tiempos… hubo colaboración entre agentes del ‘Estado centralizado’ y bandas ‘criminales’ con el propósito de ‘civilizar’ el negocio del narcotráfico bajo el principio de ‘cero tolerancia’ a la violencia explícita” (104); “la corrupción-criminalidad… en Colombia fluye por canales informales, localistas aunque siempre conectados a centros nacionales de poder” (108), por consiguiente, tanto el Estado como los grupos armados mencionados han unido sus fuerzas para perpetrar una violencia sempiterna. Así, la paz se concibe como un juego de tácticas políticas para mantenerse en el poder en vez de, por un lado, pensar en el futuro del país no su futuro personal, y, por otro lado, suplir las ayudas necesarias a las partes del país donde el gobierno colombiano no llega.[6] Por lo tanto, la paz a través de la impunidad debe hacerse por el bien común y con intención de mantener el sosiego, no para que el próximo dirigente revoque lo que con tanto sufrimiento se ha logrado con estos grupos que desafían la tranquilidad social y estatal.

 

Conclusión

Retomando el epígrafe de este escrito, entiendo que algo se debe hacer, pues a veces la falta de acción se convierte en un acto más violento. A los guerrilleros, Fuentes, a través de sus personajes, les invita a reflexionar: “Ten cuidado en no confundir la venganza con la justicia” (112), mientras que, a los políticos y la clase élite, el autor mexicano les dice: “Nada debe quedar fuera. Nada deberá ser olvidado” (57). Todos vivimos ansiando la paz fraternal entre las sociedades latinoamericanas porque la violencia nos afecta por igual a todos. Llega el momento en que la violencia subjetiva regresa a su origen, a la élite, y les da una probadita de su propia medicina; la violencia es cíclica y a todos nos toca, o como expresa Fuentes: “Los une la historia, los une el recuerdo, los une la violencia” (65). La paz se hace no para el pasado, ese elemento inasible de nuestras vidas, sino para el presente y el porvenir; para que las futuras generaciones no sufran el estruendo horrísono de la violencia. Culmino con una cita de la novela El olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince, quien expresa que: “Los libros son un simulacro de recuerdo, una prótesis para recordar, un intento desesperado por hacer un poco más perdurable lo que es irremediablemente finito” (272). Leamos, pues, con la lectura revivimos a héroes como Carlos Pizarro Leongómez, ejemplos de transformación social con miras a la ansiada paz colectiva.

Bibliografía

Duchesne Winter, Juan. “Por un comunismo literario”. Comunismo literario y teorías deseantes: Inscripciones latinoamericanas. Pittsburgh: U. of Pittsburgh Press / Plural Editores, 2009, pp. 9-22. Impreso

_____. “Capítulo uno: Pasajes de Cuba: Ernesto Che Guevara y el foco”. La guerrilla narrada: acción, acontecimiento sujeto. San Juan: Ediciones Callejón, 2010, pp. 11-76. Impreso

Faciolince, Héctor Abad. El olvido que seremos. Madrid: Editorial Planeta, 2006. Impreso

_____. “Ya no me siento víctima”. El País, 3 de septiembre de 2016. Digital http://cultura.elpais.com/cultura/2016/09/01/babelia/1472748478_962352.html?id_externo_rsoc=FB_CC  (consultado 10/04/2017)

Franco, Jean. Cruel Modernity. Durham: Duke University Press, 2013. Print

Fuentes, Carlos. Aquiles o El guerrillero y el asesino. Prólogo de Julio Ortega. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 2016. Impreso

Leal, Luis. “History and Myth in the Narrative of Carlos Fuentes”. Carlos Fuentes: A Critical View, ed. Robert Brody y Charles Rossman. Austin: University of Texas Press, 1982. Print

Palacios, Marco. Violencia pública en Colombia, 1958-2010. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 2012. Impreso

Salazar, Alonso J. Pablo Escobar: El patrón del mal. Miami: Santillana USA Publishing Company, Inc., 2012. Impreso

Žižek, Slavoj. Violence. London: Picador/Macmillan, 2008. Print

 

Obras de consulta no citadas:

Dudley, Steven. Walking Ghosts: Murder and Guerrilla Politics in Colombia. London: Routledge, 2006. Print

Santos, Juan Manuel. Jaque al terror: Los años horribles de las FARC. Prólogo de Carlos Fuentes. Bogotá: Editorial Planeta Colombiana, 2009. Impreso

Williams, Raymond Leslie. The Writings of Carlos Fuentes. Austin: University of Texas Press, 1996. Print

 

Notas

[1] Se utilizará la primera persona del singular y en ocasiones, del plural porque entendemos que esta voz es la más apropiada como parte del estilo interpretativo desarrollado en este ensayo bibliográfico.

[2] Reconocemos el recurso de combinar la historia y la ficción en las novelas de Carlos Fuentes, y su influencia en la contemporaneidad, gracias al artículo “History and Myth in the Narrative of Carlos Fuentes”: “Carlos Fuentes has stated that fiction can be useful in looking at history from new perspectives, and this is precisely what he has done in most of his novels … he has reinterpreted history to present a new version of its development, a version reflected by a mind keenly conscious of the significance of past events in the shaping of the contemporary course of human events” (Leal 3).

[3] Remitimos al lector interesado al texto Violencia pública en Colombia, 1958-2010, de Marco Palacios.

[4] Cabe explicar que impunidad parcial refiere a que los responsables de la violencia subjetiva podrían pagar hasta ocho años, no en una cárcel corriente, sino bajo las condiciones que el Tribunal Especial para la Paz decida (Abad Faciolince, “Ya no me siento víctima”).

[5] Debemos admitir que, igualmente, parte del conflicto armado y del abuso de poder contra los civiles se debe a la falta de jurisdicción en diversas zonas rurales de Colombia, ello lo explicita Marco Palacios en el libro aludido.

[6] Cabe citar nuevamente a Marco Palacios sobre los acuerdos de paz logrados a través de conversaciones personales y con fines políticos: “Las conversaciones con las guerrillas (1980-2002) o el desmantelamiento negociado de los paramilitares contrainsurgentes (2003-2006), fueron una forma más de hacer política en el sentido de que predominó un patrón de relaciones personales del que, eventualmente, emergería la confianza y de ahí, el acuerdo… Un personalismo y elitismo… impregnó el espíritu de las comisiones negociadoras, sin importar si de ellas hacían parte representantes de la sociedad civil o del gobierno y es un factor decisivo a la hora de explicar el zigzag, el carameleo y, en últimas, el fracaso de la paz negociada con las guerrillas” (141; el subrayado es propio).

Revista [IN]Genios, Vol. 4, Núm. 1 (diciembre, 2017).
ISSN#: 2374-2747
Universidad de Puerto Rico, Río Piedras
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Posted on December 1, 2017 .