Zahaira Cruz Aponte
Departamento de Estudios Hispánicos
Facultad de Humanidades, UPR RP
Jorge era un niño brillante y activo. Disfrutaba de ir a la escuela, practicar baloncesto y, sobre todo, compartir con su papá. El niño era feliz de que su padre lo buscara a la escuela, le enseñara a disparar con un arco y una flecha y que le hiciera cosquillas hasta que ya no resistiera. Jorge siempre decía: “Tengo al mejor papá”.
En el cumpleaños número once de Jorge ocurrió un incidente que jamás logró olvidar. Eran las tres y cuarenta y cinco de la tarde y el cumpleañero festejaba con sus compañeros en la fiesta que su mamá y su papá le habían preparado en la casa. Todo era muy feliz. Un payaso hacía reír a los niños. Los adultos charlaban y despejaban las preocupaciones del trabajo. La fiesta culminó a las siete y cinco. Seguido, Manuel, el papá de Jorge, paseó con su hijo en el parque. Era la noche y como de costumbre, le habló sobre la astronomía. Le mostró las estrellas y le explicó al niño a los años luz que estamos del Sol. Era un tema que le apasionaba a Manuel y sobre el que disfrutaba contarle a su niño. Manuel era un militar retirado.
Aquella noche de cumpleaños no culminó en el paseo a ver las estrellas. Al llegar del recorrido, Manuel entró a la casa y Jorge se quedó conversando con su mamá en el balcón. Estuvieron dos horas, hasta que el complacido cumpleañero se levantó para ir por un vaso de leche. Estando en la cocina, Jorge decidió preparar otro vaso de leche para llevárselo a su padre quien habría de estar en el estudio. Subió las escaleras y al abrir la puerta dos vasos de cristal cayeron al suelo. Jorge vio a su padre ahorcado con una soga. Su padre Manuel se había suicidado.
Jorge quedó tan paralizado como una letra escrita sobre un papel. La madre entró a la casa al percatarse de la demora del niño en regresar. Al subir las escaleras, lo halló quieto, frío y con una mirada fija y aterrada hacia el padre en la soga. La mamá llamó a las autoridades y determinaron la situación como un suicidio del militar. Una semana pasó y Jorge no hablaba. Aquel niño dejó de ser el mismo. La conducta activa del niño pasó a ser inhibida. Ya no sonreía y la mayoría del tiempo se cohibía de comunicarse. Un especialista determinó que el chiquillo sufría de un trastorno de estrés postraumático.
¡Qué dolor de la madre al ver a su hijo sin sonreír! La madre abrazaba al niño y el este se le escapaba de los abrazos. Jorge prefería salir al patio y mirar el cielo o encerrarse en su habitación a dibujar estrellas. A veces en los dibujos, añadía imágenes de una soga y su padre. El recuerdo angustioso de ver al padre colgando en la soga, parecía estar presente en cada acción del niño, a pesar de las terapias.
“Mira, es Marte y es el segundo planeta más cercano a la Tierra”—decía a veces Jorge cuando salía solo a ver las estrellas y actuaba tan natural como si su padre estuviese. “Tiene dos lunas, ¿lo sabías?”, añadía. En cambio, su padre no lo acompañaba y aquello era un monólogo distinto y a veces igual, cuando salía a ver las estrellas.
A veces, Jorge se tornaba más triste y decía, mirando al cielo: “¿Por qué te suicidaste, papá?”. La madre intentaba no distanciarse demasiado del niño, pero al acercarse, Jorge regresaba a un silencio casi interminable.
Los sueños, no podría decirse que eran sueños. Jorge se despertaba varias veces en la madrugaba espantado, rechinaba sus dientes y lloraba. Algunas veces, iba donde la madre y entonces, le decía que había soñado con el incidente de su padre. Era una de las pocas veces que le trasmitía con palabras un mensaje a la madre.
Jorge continuó con las terapias. Ya había pasado un año y aunque a veces tenía noches más tranquilas, solo un pequeño recuerdo o una coincidencia bastaba para una recaída. La madre podía percibir en el semblante del niño cuando este recordaba a su padre. ¡Daría tanto por regresarle a su hijo una sonrisa, pero un abrazo ni nada, parecía removerle el vacío a Jorge! Exteriorizaba sus sentimientos a través de palabras muy pocas veces, a pesar de que toda su conducta fuera un reflejo de un sentir.
En la casa Jorge experimentaba ocasiones en las que gritaba al ver el estudio en el cual su padre se suicidó. A recomendación del psiquiatra, la madre decidió cerrar bajo llave el estudio. No obstante, Jorge, callada y ocasionalmente, se acercaba en las noches a la puerta del estudio. La noche retrataba la silueta de un niño recostado sobre una fría puerta de un estudio. Luego en silencio, regresaba a su cuarto.
Jorge, también, tenía episodios de furia. ¿Por qué no volvía a ser el mismo? ¡Tantas interrogantes se formulaba desconsolada la madre! A pesar de que estaba triste, miraba con amor a su niño en los ratos que este hablaba solo, mientras miraba al cielo. “Neptuno y Urano son los planetas más lejanos y pudieron descubrirse solo después del invento del telescopio”, decía Jorge, acompañando el monólogo con gestos que hacía con sus manos y facciones, a la vez que producía una mirada perdida. “Pero, Plutón es el más lejano”, agregaba.
En la escuela Jorge había perdido el interés en las actividades que disfrutaba y apenas respondía el saludo a la sonriente maestra González. La mamá le compraba pequeños detalles para devolverle la alegría. Más veces, el niño mostraba insignificancia y a veces introvertido, la abrazaba.
Se acercaba la época de Navidad. Precisamente, era la noche del 25 de noviembre. Jorge encontró en la mesa de noche de su mamá la llave del estudio donde se suicidó su papá. Abrió la puerta del estudio, vio la soga... Dicen que hallaron una nota firmada por Jorge que leía: “Salí a buscar a papá”.
El balón de básquetbol frente a la casa ya no rebotó más. Ya no habría más monólogos del niño. Ya no habría una lágrima del niño, pero tampoco una sonrisa.
Revista [IN]Genios, Vol. 5, Núm. 2 (abril, 2019).
ISSN#: 2374-2747
Universidad de Puerto Rico, Río Piedras
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