V. Joan Soto Ramos
Departamento de Psicología
Facultad Ciencias Sociales, UPR RP
Era una noche calurosa en Puerto Rico. Muchas personas optaban por salir, aprovechando que era viernes. En una barra en particular, se encontraban diversas parejas y grupos de amigos disfrutando del momento y del placer de tener compañía. Melanie era una de ellas, pues se encontraba saliendo con quien consideraba el amor de su existencia. Pero unos indiscretos susurros amargaron el buen humor que había generado ese día.
—Mira, un negro con falda.
—No digas eso… Recuerda to’ eso que pasó con Alexa. Aún sale en las noticias. No te vayan a acusar de discrimen si te escuchan.
—Me importa a mí eso... Este tipo con falda estuvo todo el tiempo hablando con esa jeva. Eso no se ve bien. Porque tras que es un desviado que juega con esa mami, también es un sucio negro que…
A través de su vida, Melanie había desarrollado muchos complejos, siendo su anatomía la base de todos. Y aquí, sentada en la barra donde esperaba que su amorosa novia regresara del baño, nuevamente sintió el malestar de estar en un cuerpo como el suyo. Sin importar cuanto se hubiera esmerado por arreglarse, para no tener que avergonzarse de su herencia racial, o el tiempo que llevaba usando la medicina para lograr feminizar sus rasgos, Melanie deseó encerrarse en su casa y no volver a salir nunca.
—¿Por qué te ves decaída?
Una voz dulce atrajo su atención. Sin darse cuenta, Solmarie acaparró su campo de visión con mirada preocupada.
—No es nada…
—Mel, te conozco. ¿Qué pasó?
La mano trigueña de Solmarie buscó la suya, viéndose algo más pequeña en comparación. Melanie no pudo evitar notar que su mano se veía mucho más oscura y menos femenina que la de la otra chica. Sintió un agobio punzante al reparar en eso.
—Será mejor irnos de aquí.
—¡No! —con firmeza refutó la mujer más baja. —¿Qué pasó mientras no estuve?
Los causantes de su malestar se habían retirado en algún punto; Melanie no sabía si fueron conscientes del veneno que lanzaron. Su adorada novia no soltó su mano, iniciando unas suaves caricias en busca de relajarla.
—Vamos, cariño… Quiero escucharte.
Melanie le contó lo que escuchó, y Solmarie quiso ir a reventar un par de cabezas.
—Qué malditos imbéciles… ¿Cómo demonios se meten así con mi chica? Les voy a partir los…
—Calma, Sol… No fue para tanto.
— Sí lo fue… Porque esos anormales se metieron contigo. Fueron unos racistas de cloacas y unos discriminantes de la mujer. Esto no se puede quedar así, debe de haber una forma de atraparlos y que paguen por sus bestialidades.
No sabía cómo sentirse respecto a la reacción de Solmarie, pues estaba entre avergonzada, agradecida e incómoda. La más baja buscó al encargado de la barra para reportar el caso, y pese al desinterés de él, se fueron del local con la promesa de que el lugar sería más estricto con las políticas de discriminación. Fueron a comer helado, y luego caminaron por una placita. Cuando llegaron a la casa de Melanie, Solmarie insistió en quedarse a dormir. Mientras la trigueña peinaba los cabellos de su encantadora novia a sus espaldas, se le ocurrió contarle algo para animarla.
—Te contaré una historia poco conocida por nuestra gente, mi amor...
—¿Qué se te ocurrirá ahora? —sonríe Melanie con cariño, conociendo de antemano la gran imaginación de Sol.
En el pasado, cuando el registro lo llevaban los colonizadores, había una taína de cabello liso y azabache, con olor permanente a mar. Ella conocía a las gaviotas que se asoleaban al medio día, también las diferencias de las algas en las costas. Su yucayeque estaba más adentrado en el bosque, pero su familia tenía una fascinación por las aguas donde sus antepasados migraron. Ella heredó ese sentimiento y se escapaba a las costas en busca de las brisas marinas que le consolaban. Pues en ese entonces Borikén había dejado de ser la tierra pura en la que creció, y eso la agobiaba con profunda tristeza.
También había otra mujer de cabello rizo y piel oscura, con aroma a sol arrullador. Ella tenía una maestría en el reconocimiento de plantas, y una buena destreza en causarle placer al hambre. Su hogar estaba en otro continente, su residencia es un lugar con lenguas que no entendía. Su habilidad en el arte de la comida la salvaguardó de un destino inhumano. En las noches lloraba por no poder correr por las selvas de su amada Senegambia, con su gente los malinké. Pero tenía una fortaleza admirable, una calidez acogedora y una belleza divina.
Ellas fueron dos hembras perturbadas por la intervención del tirano que vestía con metales en todo su cuerpo; del tirano sediento de más metales, de madera y de piedras. Pero las vidas de estas dos mujeres no fueron completamente malas, ni completamente turbias. Pues América y África tuvieron otro encuentro y gracias a Europa nació entre ellas un puro sentimiento que calentó sus corazones. Dos mujeres de distintas culturas que se enamoraron, que encontraron en la otra un hogar, una forma de resistencia, un fogoso placer y una compañía dulce hasta el final de sus días…
—¿Es esta historia real?
Solmarie asintió con su cabeza, pese a no ser observada. Dejando los cabellos de su novia para abrazarla por la cintura.
—Lo es, lo es… O lo pudo ser. Con esto quería decirte que nos vemos como esas dos valientes mujeres. Quienes, en tiempos adversos con la discriminación a flor de piel, aún vivieron junto a la otra. Sabes que las mujeres en ese tiempo eran tratadas como menos que nada con la justificación feudal, y que secuestraban a personas en las costas de África para tratarles como animales. Aunque en nuestra generación se ficcionalice que no existe la esclavitud en ningún rincón de la Tierra, y se diga que hay “una igualdad” entre las mujeres y los hombres, y cualquier diversidad en la epidermis del cuerpo y blancos, sabemos que se va a rebuscar las diferencias para perpetuar el discrimen. Siempre habrá alguien que querrá colonizar nuestros cuerpos con sus prejuicios y fetiches de superioridad. —Dejó un corto beso en la cabeza de la mujer alta. —Yo quisiera protegernos de todo eso, pero a veces nos va a superar. Por lo que te quiero entregar este espacio donde sepas que te adoro y que en ti veo a mi igual. Tú eres para mí esa mujer de Senegambia; tan preciosa, cálida, gran cocinera, de curvas de infarto, de piel majestuosa, de sonrisa hechizante, de ingenio ampliado, de sensibilidad penetrante, de manos confiables… Todo en ti me fascina, Mel.
¿Cómo no llorar? ¿Cómo no llorar si el amor de tu vida te habla con esa adoración? ¿Cómo no llorar si lo único que quieres es que este momento dure para siempre?
Melanie se volteó para encarar a su novia, sintiendo una mezcla de emociones en su interior. Solmarie pasó sus manos por las mejillas de su adorada, como solía hacerlo siempre que tenía la oportunidad.
—Nunca debemos esperar por nadie para sentir. Esto es nuestro, y de nadie más. Tú eres tuya, una mujer valiente, fuerte y única. Y esto es así, no tienes ni que esperar que alguien, ya sea yo o cualquiera, te lo diga para que lo creas.
Sus inseguridades siempre estarán ahí, a veces muy punzantes y otras veces más fáciles de ignorar. Pero se siente bendecida de haber elegido a una compañera de vida que la anima tanto durante su caminar. Que la ayuda a mirar otros ángulos antes de sucumbir a la negatividad. Y que llena de regocijo sus días hasta la saciedad.
—Entonces, África y América se amaban.
Solmarie tardó un poco en darse cuenta de que se refería a su historia.
—Sí, África y América se aman como tú y yo nos amamos.