Janlouis Rodríguez Figueroa
Departamento de Biología
Facultad de Ciencias Naturales, UPR Arecibo
Abro los ojos y contemplo un paisaje usual que de pronto se volvió completamente extraño. Cierro los ojos y los froto, será que tenía ojos de muerto y he vuelto a vivir al sentir cierta presencia acostada en mi regazo. Malgasté mis vidas con otros labios y por gracia se me otorgó una sola vida más la cual debo aprovechar, sus abrazos son mi armadura, mi espada es su valor, los monstruos atacan y debo volver a la guarida, dar pausa no resuelve nada y la opción de guardar partida se imposibilitó. Solo soy un jugador intentando alcanzar algo imposible que no sabía exactamente que era hasta que un personaje infrecuente apareció, el videojuego no la reconoció, la actualización no incluía ojos café color avellana, piel morena tostada por el sol y un ingenio sin igual. Inmediatamente se volvió una anomalía invasiva, pero aún más el sistema se preocupaba cuando no la encontraba. El software posiblemente buscará la extraña chica que pone de cabeza todo el sistema operativo para eliminarla y conmigo junto a ella debido a que ya es muy tarde para sacarla de mi corazón, parte de ella vive en mí. Fue el único personaje que se fijó en mi exceptuando los monstruos que me desean destruir, todos tienen dos brazos, dos piernas y un par de ojos, todos diferentes pero iguales en ecpatía[1] hacia mí. Lo gracioso es que desde el comienzo ya conocía el final, la chica de ojos café color avellana desprendía un aura de persona “despedida”, desde que la conocí tenía la seguridad que se marcharía y sabiéndolo nunca paré de decir “Hola” y buscar su compañía. Mi videojuego se volvía real, después de todo la realidad proviene de la fábula, que paradoja más extraña. Luego de un tiempo desapareció, luego de hacerme desear comenzar a vivir y no tan solo vivir, sino pasar la vida eternamente junto a ella. Luego de su despedida volví a sentir que mis pies estaban en la tierra, la consola se apagó ya no era un videojuego, pero conforme me adentraba a la realidad más complicado era no desear volver a mi idea de un mundo de fantasía en el cual ella se encontraba. El tiempo junto a ella fue fugaz, luego de su partida todo volvió a la normalidad, caminaba por las calles siendo un fantasma de carne y hueso, observando como cada minuto eran horas y mi silencio eran gritos de auxilio esperando ser escuchados. Pero un día cualquiera, la vi de reojo, la verdad solo sentí la intensidad de sus rayos de luz que emanaba, siempre tan cálidos. Corrí con mi armadura de valor, siguiendo el rastro de café para presentarme con un simple “Hola”.
[1] Proceso voluntario de exclusión de sentimientos, actitudes, pensamientos y motivaciones inducidas por otra persona
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