Xavier D. Ortiz Torres
Programa Interdisciplinario
Facultad de Ciencias Naturales, UPR RP
Arrugados y ásperos, mis dedos recorren cortezas de diferentes edades. Entre el sudor de mis pies las sandalias intentan no caerse al precipicio de hojas y ramas secas. Mi espalda siente el susurro del viento, del frío del verano... cuando hacía frío. Mis codos se acentúan como uno hacia la rama principal. A lo lejos no se percibe nada: es seguro. Mis manos buscan entre la tela corrediza de mi pantalón. Mis pelos saben que es peligroso, pero no me detienen. Busco mi pene, crece entre mis dedos rugosos de madera-no-madera. Se siente un guayo ancestral y a siete pies busco el cielo en el casi cielo. Me apoyó a mi cómplice suave, al árbol voyerista de mi placer ancestral. Sube y baja. Mis nalgas me balancean. Sube y baja. Respiró hondo. Ya estoy llegando, pero me detengo. La limpieza acá arriba no será igual. Mi pene caliente-rojo se siente herido por no terminar la gran obra de piedad que le puede hacer este niño de diez años en medio de una tarde de un verano-frío, lleno de hormonas que se descubren y se despiertan al rozar entre las queresas de un árbol.