Astrid Lugo
Departamento de Estudios Interdisciplinarios
Facultad de Humanidades, UPR RP
Recibido: 20/02/2024; Revisado: 11/04/2024; Aceptado: 28/05/2024
La puerta con cristales de colores de la iglesia está cerrada. Hace tanto tiempo que no vengo, me entran nervios. Se abre paso una familia, aprovecho y entro con ellos.
De frente, dos mesas con manteles blancos. ¿Un registro?
No, están vendiendo unas cajitas de donación y en la otra mesa reparten las oraciones y canciones del día. No cruzo miradas con el par de señoras de las mesas, me mezclo entre la gente, busco asiento. Escojo las butacas del lado izquierdo, estoy bastante al frente y tengo buena visibilidad del altar, me siento. Son los mismos bancos de siempre, filas de madera sólida pintada de un marrón rojizo y oscuro, atrás tienen un largo trozo de madera acolchonado para arrodillarse.
La iglesia no está muy llena. Al frente la mayoría son señoras que se sientan guardando distancia, algunas más emperifolladas que otras, mujeres solas, dos con maridos. Mis favoritas se sientan frente a mí; una señora con un vestido negro con cebras que parece que bailan, y en diagonal una señora con una camisa tie-die violeta. Cuando toca “darnos la paz”, me fijo que casi nadie se toca, sino que saludan desde su espacio como Miss Universe. Acto seguido, la señora del tie-die, que a nadie había tocado, se humedece con alcohol las manos.
Los vitrales de la cúpula alternan entre azul y amarillo. Una señora irrumpe en medio de la plegaria en la eucaristía,
- ¡Vergüenza, hipóooocritas!
El padre sigue rezando como si no estuviese pasando nada. Como si la señora fuese un fantasma y su dimensión no nos afectara.
Sigue gritando, aparece al centro del pasillo entre la gente. Tiene cincuentitantos años, el pelo indomable, corto, violeta, una blusa lila y mahones.
Cruza acercándose al altar, da pasos firmes, sube, agarra las campanas, las agita. Siento que quiere romper algo, y nadie reacciona. Un niño mira a su madre, ella susurra que cante.
Repiten lo que hay que repetir, cantan lo que hay que cantar. Como una obra con principio y fin, cualquier interrupción será ignorada.
¿Me estaré volviendo loca? Yo regresé a la iglesia después de tantos años por mamá, en busca de aquella paz que a su muerte abandonó la casa, buscando sentirla.
Vuelve la señora a gritar:
- ¡Ah!, ¿entonces no soy buena, porque no hablo como ustedes?
Algo dice entre dientes, no lo entendí. De la congregación no se escucha ni un suspiro fuera de sitio.
El Padre por fin interrumpe lo que parecía un trance:
- Aquí no está pasando nada.
Sí pasa, pero ignoramos lo incómodo.
Detrás de él, la mujer levanta las campanas con el puño, pone su mirada en la cabeza de aquel hombre. La gente saca sus celulares, graban.
La señora del tie-die se pone de pie, se tapa la boca mientras gime:
- ¡Dios mío, le va a dar!
Todos vemos el golpe, nadie hace nada.
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