Piso doce

  Akari Sustache Báez
Departamento de Psicología 
Facultad de Ciencias Sociales, UPR RP

Recibido: 02/02/2024; Revisado: 12/04/2024; Aceptado: 28/05/2024 

En el piso número diecisiete de la esbelta torre de Watson Enterprises, Margaret esperaba su turno en la sala de entrevistas cuando, de repente, vio entrar a Christopher. Esto no puede estar pasando, musitó mientras agarraba un magazín de negocios para evitar mirarlo. Él la vio y, acto seguido, procedió a ensimismarse en revisar papeles dentro de su cartapacio.   

–Señorita Hanson, puede pasar –anunció la secretaria con una sonrisa de plastilina. 

A Margaret le invadió el presentimiento de que todo iría fatal. Diez minutos después, luego de lo que consideró la peor entrevista de su vida, se dirigió inmediatamente al baño para recomponerse antes de marcharse de aquel lugar, segura de que jamás volvería a pisar sus lustrosos pisos de mármol. Respiró hondo, se dirigió apresuradamente al elevador y presionó el botón del primer piso. Sin embargo, justo cerrándose las puertas, una mano se interpuso. Era Christopher. Margaret se mordió la lengua, tragándose la frustración. 

–El elevador tarda diez segundos, Margaret. Luego de eso no tienes que volver a verme –le dijo, adivinando sus pensamientos.   

Ella resopló, evitando su mirada. El descenso lento se convirtió en eterno cuando el elevador paró en el piso doce. Ambos miraron expectantes, esperando que alguien entrara por las puertas. Sin embargo, las luces se apagaron. 

–¿Qué está pasando? –preguntó Margaret, desesperada por la oscuridad.  

Enseguida se encendieron unas luces de emergencia.   

–Pronto vendrán a sacarnos. Cálmate –aseguró él, en lo que más bien pareció un reproche. 

–Christopher, el problema no es quedarme atrapada en un elevador. ¡Es quedarme atrapada contigo!  

–Margaret, si quieres dejar claro que me odias, ya lo hiciste hace un año y medio....  

–¡Estuviste tres meses poniéndome los cuernos! ¡Para colmo, me hiciste sentir a mí como la culpable por no darte atención! 

–Pues lo siento muchísimo, pero es la verdad. El semestre que estudiaste para el examen de grado te volviste un fantasma. ¡Hasta tu madre lo decía!  

–¿Estás disculpándote y a la vez echándome la culpa?  

–Es que… ¡Margaret, Dios mío! ¿Quieres que admita que te traicioné? Vale, fui un imbécil. Pero tú también me heriste. La única diferencia fue el momento. ¿Crees que no me dolió cuando te enredaste con mi mejor amigo justo después de dejarnos?  

–De que yo te dejara –aclaró ella.  

–De que tú me dejaras… Pero ahora Andy me detesta y perdí una amistad de infancia. 

–No es mi culpa que Andy me hubiese apoyado como tú no supiste hacerlo. La realidad es que no me desaparecí a propósito. Pensaba que, si me amabas, me buscarías aun cuando yo no supiera cómo buscarte. Fue demasiado abrumador el proceso y sabes cuán importante era que aprobara el examen. Mi familia no hubiese soportado el fracaso… –confesó dolida, mirando al suelo. Había transcurrido media hora y ambos se habían sentado en esquinas opuestas.  

–Margaret, pudieran rescatarnos tanto en dos minutos como en dos horas. Vamos a resolver este asunto de una vez y por todas. Imagínate trabajar juntos aquí, evitándonos todos los días.  

–Dudo que me contraten… me fue horrible en la entrevista. Apenas te vi entrar, perdí la cabeza. 

–Yo dije mis apellidos al revés…  

Christopher se quitó el gabán y estiró la espalda. Margaret se recogió el cabello.  

–¿Sigues con Andy?  

–Pues… es complicado. Estamos en una pausa. Me dijo que siente que no lo amo.  

–¿Lo amas?  

–Intento…  

–¿Y a mí?  

Margaret se estrujó el rostro. Entonces lo miró fijamente.

–Todavía me dueles, Christopher. Y creo que, si no te amara, no me dolerías. 

–Hace unos meses fui al psicólogo. Te hice caso finalmente.  

–¿Te dijo que eras un manipulador emocional y que no debías culpar a otros por tus errores?  

Christopher suspiró y apartó la mirada. Margaret continuó.  

–Eso fue lo último que te dije cuando rompimos, pero al parecer tenía que decírtelo un doctor para que lo entendieras. 

–Margaret, lo siento.  

–Vas a decirme que ahora cambiaste…  

–No sé cómo cambiar.  

–Sí sabes. Es que tu orgullo te ciega. 

–Por mi orgullo es que he logrado todo en la vida –refutó él.  

–Excepto amar de forma saludable y eso vale más que un Suma Cum Laude.  

–Tú valías más que mi Suma Cum Laude, Margaret. Pero te esfumaste por cinco meses.   

–Sabes que soy demasiado exigente conmigo misma.  

–Y yo sé que puedes cambiar.   

–¿Cómo? Dime cómo.  

–Tú sabes cómo. Es tu ansiedad que no te deja.  

–Gracias a “mi ansiedad” es que he llegado hasta donde estoy –refutó ella.  

–Pero con ansiedad no eres libre. Sabes que tu libertad vale más que tu miedo al fracaso. 

Margaret se esforzó por no llorar.   

–Llora. Fuimos a seis funerales cuando estábamos juntos.  

–¿En este elevador del demonio?  

–No diría eso. Este elevador me ha regalado una hora contigo y la conversación que necesitábamos hace año y medio.  

–Creo que voy a dejar a Andy.  

Christopher la miró sorprendido. 

–Anoche pensaba en que no sé estar sola. No he pasado más de tres meses sin un novio desde terminar la secundaria. Cuando comienza a irme mal con uno, ya empiezo a involucrarme emocionalmente con el próximo. Andy fue mi próximo y por eso no lo amo. Solo amo cómo me hace sentir.  

–¿Sería irónico decir que a mí me amabas, pero odiabas cómo te hacía sentir?  

–Creo que diste con las palabras.   

–Margaret, ¿y si cambiamos?  

–Pero… yo no quiero volver contigo.  

–No, no para volver. Para que tú seas libre de tu ansiedad y que yo destruya mi maldito orgullo. Es algo que debemos hacer solos.  

Margaret reflexionó unos segundos. Luego asintió en silencio.   

–Gracias, Chris.   

–Dáselas al elevador –dijo sonriendo. 

De repente, se escuchó un ruido y el elevador se encendió. Pese a dos horas de sofocante encierro, al momento de salir titubearon. Luego se miraron y entendieron lo que debían hacer.    


Posted on May 30, 2024 .