Disforia de género: atravesando la ilusión de una realidad consensuada

Gender dysphoria: Breaking through the illusion of a consensual reality 

Mariestela Santiago Ramírez
Departamento de Psicología 
Facultad de Ciencias Sociales, UPR RP 

Recibido: 27/02/2024; Revisado: 19/10/2024; Aceptado: 03/11/2024 


Resumen
 

Empleando un análisis de discurso, enfatizo la subjetividad y fragilidad de la realidad que vivimos, en la que se vincula el sexo con el género, invisibilizando una gama de identidades, incluyendo a las personas intersex. Además, examino discursos socialmente construidos representados en la categoría psicopatológica de disforia de género del Manual Diagnóstico y Estadístico (DSM-5 TR) (APA, 2022). Incluso, expongo experiencias de un actor trans y su perspectiva frente al diagnóstico. Por último, comparto alternativas como deconstruir la simbolización del sexo y género, flexibilizar la imagen corporal y eliminar el diagnóstico de disforia de género de versiones posteriores del DSM. 

Palabras clave: disforia de género, DSM-5 TR, identidad, sexo, construcción social 

Abstract 

In a discourse analysis, I emphasize the subjectivity and fragility of the reality we live in, where sex is linked to gender, making invisible a range of identities, including intersex people. Additionally, I examine socially constructed discourses represented in the psychopathological category of gender dysphoria represented in the Diagnostic and Statistical Manual (DSM-5 TR) (APA, 2022). Furthermore, I expose the experiences of a trans actor and his perspective on the diagnosis. Finally, I share alternatives such as deconstructing the symbolization of sex and gender, increasing body image flexibility, and eliminating the diagnosis of gender dysphoria from future versions of the DSM. 

Keywords: gender dysphoria, DSM-5 TR, identity, sex, social construction

Introducción

Parte del título de este artículo lee “atravesando la ilusión de una realidad consensuada”. Con él, deseo destacar que el género es una construcción social y no está determinado por la naturaleza biológica de los seres humanos. Por consiguiente, planteo que nuestra realidad está socialmente construida (es algo que hemos inventado) por lo que se puede reformular y deconstruir. Aprovecho para utilizar el término ilusión para referirme a la manta que arropa la realidad que hemos configurado y aceptado. Con esto quiero decir que el género no es “real” (natural), sino que lo hemos hecho parte de nuestra realidad. Al aceptarla, la hemos normalizado y naturalizado sin darnos cuenta (Martínez-Guzmán & Íñiguez-Rueda, 2010; Vale-Nieves, 2019). Me parece imprescindible entender el origen de las concepciones de género y sexualidad y cómo estas enmarcan la vida de todas las personas. Resulta fascinante ver cómo una realidad construida socialmente es considerada natural, y cómo las relaciones de poder implícitas trabajan para mantener un orden social. Además, cuestiono frecuentemente mi identidad y reconozco que esta batalla “interna” me ha llevado a no considerarme como una persona cisgénero. 

A continuación, establezco las preguntas y objetivos principales que propulsan este trabajo. Primeramente, ¿de qué manera la realidad consensuada moldea las percepciones de sexo y género? Para contestarla, pretendo explorar cómo los discursos dominantes en una sociedad heteropatriarcal moldean nuestra realidad y, por consiguiente, las concepciones de género y sexo. Además, ¿cómo el diagnóstico de disforia de género en el DSM-5 TR (Asociación Americana de Psiquiatría [APA], 2022) refleja y reproduce un discurso socialmente construido? Atenderé esta interrogante a través de la examinación de algunos discursos representados en los criterios de la categoría psicopatológica de disforia de género. Por último, ¿de qué manera se reproduce el desorden de disforia de género mediante un sujeto que se “reconoce” con los “síntomas”? Utilizando su autobiografía, procuro explorar las experiencias de un actor trans que reconoció su disforia de género antes de su transición.  

El marco teórico aplicado en este trabajo es el construccionismo social. Este parte de la premisa de que “cuando comprendemos los valores como situados histórica y culturalmente, estamos más preparados para involucrarnos en el tipo de diálogos a partir de los cuales pueden surgir nuevas y más viables constelaciones de significado” (Gergen, 2007, p. 104). Igualmente, para Agudelo y Estrada (2012), los construccionistas argumentan que los conceptos dominantes se propagan en las prácticas discursivas integrándose en el lenguaje y que “están socialmente refutados y sujetos a negociación” (p. 366). Apoyándome en estos planteamientos, aspiro a promover la importancia de reflexionar sobre las connotaciones que hemos adjudicado a conceptos como género, sexo y disforia. Al enfatizar el carácter ilusorio de la realidad (imaginada como objetiva), acudo al método cualitativo para realizar este trabajo. En dicho método, el investigador es consciente de que el mundo social es relativo y que existen varias realidades subjetivas igual de importantes, por lo que es necesario conocerlas e interpretarlas (Hernández-Sampieri & Mendoza-Torres, 2018). 

Además, utilizo la técnica de análisis crítico de discurso porque considero que es la mejor manera de abarcar las injusticias sociales que se cometen desde un discurso construido y reproducido, no solo por las fuerzas dominantes, sino por gran parte de la sociedad. Esta técnica se enfoca en problemas sociales y políticos, trata de explicar los discursos según el tipo de interacción y estructura social, y “se centra en formas en que las estructuras discursivas representan, confirman, legitiman, reproducen o desafían las relaciones de abuso de poder (dominación) en la sociedad” (Van-Dijk, 2017, p. 205). A través de este análisis, aspiro a examinar los discursos desde una perspectiva crítica y política para llevar a cabo un proceso de deconstrucción o resignificación de las nociones sobre género y sexo. 

El sexo y el género son una ilusión  

Como he reiterado anteriormente, el sexo y el género son una construcción social moldeada por una realidad consensuada y naturalizada que depende de un contexto social y cultural específico (Vale-Nieves, 2019). Por tal razón, he decidido rescatar el término ilusión que implica un “concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos” (Real Academia Española [RAE], s.f., definición 1). También, podríamos considerar el uso de la palabra ficción para describir la realidad, ya que dicho término se define como una “invención o producto de la imaginación” (RAE, s.f., definición 2). Consecuentemente, produce sujetos que la aceptan, le dan continuidad y la mantienen viva. A la vez, reproducen los discursos hasta el punto de asumirse como natural (Martínez-Guzmán & Íñiguez-Rueda, 2010) y, por consiguiente, “se le adscribe un carácter biológico” (Vale-Nieves, 2019, p. 4).  

Del mismo modo, Butler (2002) reflexiona sobre la ficcionalidad de estos conceptos: “si el sexo es una ficción, es una ficción dentro de cuyas necesidades vivimos, sin las cuales la vida misma sería impensable” (p. 23). Al asumir el carácter ilusorio de estos términos, no pretendo insinuar que no son “reales” y que, por lo tanto, no se deben utilizar, sino que es imperativo entender cómo los hemos vuelto reales gracias a nuestra apropiación del discurso. La autora asegura que este último funciona “como una especie de mandamiento o precepto” (p. 36). Entonces, sería oportuno considerar la posibilidad de que “el término ocupe otros espacios y sirva objetivos políticos muy diferentes” (p. 56). Lo que Butler nos intenta decir es que resignifiquemos los conceptos para que no se usen de forma excluyente y nos permita abrir nuevas posibilidades para “que los cuerpos importen de otro modo” (p. 57).  

La anatomía del cuerpo está entrelazada con la simbología del género, por lo que la disforia anatómica (malestar relacionado al cuerpo) es una consecuencia de este lazo que parece ser inquebrantable. Judith Butler (2002) plantea que el sexo es una construcción ideal que funciona como norma y un ideal regulatorio “que produce los cuerpos que gobierna” (p. 18).  Los órganos sexuales representan la prisión ilusoria de los personajes que se han engendrado en sociedad. Esta dice cómo te tienes que ver y cómo debes actuar, restringiendo la posibilidad de flexibilización de la imagen y el autoconcepto del individuo. Un elemento fundamental para conceptualizar el sexo y el género como constructos sociales es la siguiente definición: “identidad es lo que dices que eres de acuerdo con lo que te han dicho que puedes ser” (Johnston, 1973, como se citó en Kitzinger, 1989, p. 82). 

Kitzinger (1989) señala que las “identidades no son productos de introspección… sino que son concebidas dentro de unos parámetros ideológicos construidos por el orden social dominante” (p. 82). En otras palabras, creemos tener libertad y que nuestra identidad es una decisión personal y consciente. No obstante, solo consideramos lo que ya está prescrito para nosotros. Asimismo, Butler (2002) formula que: “no soy yo misma sino sólo aquello que los demás hicieron de mi” (p. 181). Igualmente, plantea que identificarse con un sexo es mantener una “relación con una amenaza imaginaria y vigorosa” (p. 153) que es vigorosa por la condición misma de ser imaginaria. En otras palabras, no se puede mantener por sí sola, sino que necesita la repetición de discursos amenazantes para poder subsistir. Por consiguiente, nos encontramos frente a un discurso frágil al que podemos resignificar. 

En el DSM-5 TR, se hace referencia a los términos “sexo” y “sexual” como “indicadores biológicos de hombre/mujer o macho/hembra (relacionados a la capacidad reproductiva) cromosomas, gónadas, hormonas sexuales y genitalia no ambigua” (APA, 2022, p. 512). Excluye y patologiza como desórdenes de desarrollo sexual (DSD, por sus siglas en inglés) a las personas con genitalia “ambigua”. Esto quiere decir que el modelo médico ha establecido lo que es un desarrollo sexual adecuado, y en la mayoría de los casos se ve la necesidad de realizar intervenciones quirúrgicas para asignarles un sexo o el “otro” para “minimizar” los daños (Fausto-Sterling, 2000; Useche Aldana, 2005). Aun así, estas tienen repercusiones negativas en las personas intersex. Fausto-Sterling (2000) calcula que dichas personas son un 1.7% de la población y, por ende, sugiere el uso de cinco sexos para darles el espacio que merecen. La autora propone añadir tres términos a la categorización binaria de femenino y masculino. Estos son: “herms” para personas que nacen con testículos y ovarios; “merms”, que implica testículos y algún aspecto de genitalia femenina; y el término “ferms” cuando tienen ovarios combinados con algún aspecto de genitalia masculina.  

Como resultado, al abrir espacio para otras categorías, se descarta la necesidad de realizar intervenciones quirúrgicas, como se suele practicar en infantes incapaces de consentir. Por otra parte, Useche Aldana (2005) comunica que “el sexo biológico no corresponde a categorías discretas hombre-mujer, sino a un continuo en el que aún los más machos tienen algo o mucho de hembras” (p. 92) y viceversa. Abrir el espacio para nuevas categorías especialmente en el ámbito médico como propone Fausto-Sterling (2000), puede ser un paso para la visibilización de una diversidad de identidades. Sin embargo, pienso que la creación de categorías sigue la lógica de la exclusión para quienes incluso no se ven reflejados en dichas clasificaciones. Tal vez, me inclino hacia la propuesta de Useche Aldana, la cual habla de un continuo donde hay espacio para todes.  

Según la APA (2022), “Gender is used to denote the public, sociocultural (and usually legally recognized) lived role as boy or girl, man or woman, or other gender” (p. 511). La APA vincula los aspectos biológicos, ligados a las lógicas binarias, con la identidad de género. En este caso, el concepto lógicas binarias sirve como el supuesto de que existen solo dos categorías oposicionales (ej. hombre/mujer; masculino/femenino; natural/cultural) (Vale-Nieves, 2019). Lo “normal” ha sido igualar dos sexos a dos géneros. Entonces, todo lo que se considera “otro” es patologizado. Esta dinámica es una ilusión, pues el mismo ser humano es quien ha estipulado los parámetros sobre cómo debe verse y comportarse siguiendo unos acuerdos sociales (heteropatriarcales y hegemónicos). En otras palabras, los límites sobre cómo debe manifestarse el género cambian a través del tiempo y dependen del contexto social y cultural.  

Miquel Missé, sociólogo y activista trans, menciona que si el género realmente fuera algo totalmente natural, no estaría tan patrullado y vigilado “por miles de sistemas de control y castigo hacia quien se sale de la norma” (entrevistado por Borraz, 2019, párr. 11). Este control sistémico opera desde una manera implícita e interiorizada, creando individuos que se autorregulan (Vale-Nieves, 2019) y piensan que el problema es exclusivamente suyo. Esta rigidez crea malestar tanto en personas trans y no-binarias, como en personas cisgénero. Como comenta Missé, nos han quitado la posibilidad de expresarnos libremente sin ser psicopatologizados. 

Disforia de género según el DSM-5 TR 

El diagnóstico de disforia de género en el DSM-5 TR es definido como “la profunda incomodidad [distress] que podría acompañar la incongruencia entre el género experimentado o expresado y el género asignado” (APA, 2022, p. 511). Menciona que esta incomodidad no está relacionada al estigma social, aunque puede ocurrir simultáneamente. Enfatizo este detalle porque la APA reduce el diagnóstico a un problema del individuo, y no se toma en cuenta el carácter social que está imbricado en la noción de género. El lenguaje toma un rol importante en este registro discursivo: cumple con una función estabilizadora de imponer sus efectos simbólicos, fijar posiciones sexuadas (géneros) y hacer realidad aquello que nombra (Butler, 2002; Martínez-Guzmán & Íñiguez-Rueda, 2010). La APA, por una parte, define que el género es el rol público y sociocultural que uno toma como mujer u hombre. Por otra parte, basa la asignación de género en las características fenotípicas sexuales. La sociedad ha impuesto roles que aparentan ser inalterables de acuerdo con la anatomía de una persona. En cambio, deja fuera a una diversidad de identidades, como las personas intersex, quienes son patologizadas adicionalmente con la categoría de DSD. En efecto, la categoría diagnóstica está cementada implícitamente en las lógicas binarias y heteropatriarcales (Martínez-Guzmán & Íñiguez-Rueda, 2010). A la vez, sirve como herramienta de control para la inadaptación de quienes no encajan dentro de los parámetros establecidos y naturalizados (Vale-Nieves, 2019).

A continuación, expondré algunos discursos socialmente construidos representados en los criterios de la categoría psicopatológica de disforia de género. La misma tiene dos criterios diagnósticos tanto para adultos y adolescentes como para niñes. Además, estos deben estar presentes en un periodo de al menos seis meses. El criterio A establece que debe haber una incongruencia marcada entre el género experimentado o expresado y el género asignado. El criterio B se refiere a la inadaptación en el ámbito de productividad: “incomodidad/malestar o deterioro clínicamente significativo en el área social, escolar/ocupacional, o en otras áreas de funcionamiento” (APA, 2022, p. 512-513).  

Para niñes, existen ocho subcriterios de los cuales deben manifestarse seis; uno de ellos siendo el A1, el cual implica “un deseo fuerte de ser del otro género o una insistencia de que uno es el otro género (o algún género alterno diferente al asignado)” (APA, 2022, p. 512). Los demás subcriterios están basados en lógicas binarias y roles de género estereotípicos como preferencias por juguetes, juegos, ropa o actividades relacionadas al “otro” género (para información detallada, véase la tabla de la página 512 del DSM 5 TR). El subcriterio A4 admite que las actividades que se están evaluando son estereotipadas (son una construcción social, no una acción natural). Aun así, se mantienen como criterios diagnósticos que promueven un ambiente inflexible, excluyente y de control. Otros aspectos importantes son la fuerte aversión a su anatomía sexual y el deseo fuerte de las características sexuales que coinciden con su género experimentado. Este aspecto está asociado con las expectativas establecidas sobre cómo es y cómo se ve un género o el “otro” (Kitzinger, 1989; Missé entrevistado por Borraz, 2019; Martínez-Guzmán & Íñiguez-Rueda, 2010; Useche Aldana, 2005; Vale-Nieves, 2019).  

Para adolescentes y adultos, existen seis subcriterios de los cuales se deben haber manifestado al menos dos. Estos consisten mayormente de eliminar sus características sexuales primarias o secundarias, desear las mismas del “otro” género, ser del “otro” o un género alterno, etcétera. Los subcriterios A5 y A6 son los que evidencian las diferencias que se han promovido socialmente (para información detallada, véase la tabla de las páginas 512-513 del DSM 5 TR). Se ha establecido que la persona será tratada de una manera particular de acuerdo con su género. Más problemático aún, se ha consensuado que los sentimientos y reacciones son exclusivos de un género en particular, como refleja el criterio A6. En la sociedad heteropatriarcal en que vivimos se ha naturalizado el machismo y los roles de género juegan un papel fundamental en la vida de todas las personas. Tanto así, que se patologiza lo que es diferente y se aleja de lo “normal” (Braunstein, 2011; Foucault, 1986; Vale-Nieves, 2019).  

El DSM-5 TR es una herramienta que le da poder al discurso médico que produce aquello que pretende explicar (Braunstein, 2011; Foucault, 1986; Martínez-Guzmán & Íñiguez-Rueda, 2010; Vale-Nieves, 2019). Useche Aldana afirma que “en la vida real no hay nada que provea más justificación social para la discriminación y el estigma que un diagnóstico de ‘anormalidad’ dado con la autoridad conferida por la cultura al establecimiento médico” (2005, p. 88). Este último tiene una necesidad incesante de clasificar, organizar, medir y controlar, generando una presión en todas las personas. La disonancia (entre lo prescrito socialmente y lo experimentado por la persona) puede provocar tanta incomodidad (distress) que hace posible la patologización y abyección de quienes la experimentan. 

El diagnóstico de disforia de género ataca principalmente a las personas trans que sienten un fuerte malestar. Sin embargo, parece ser un juego de suerte y fuerza de voluntad. Hablo de suerte porque “el malestar puede no manifestarse en ambientes sociales de apoyo” (APA, 2022, p. 515); mientras que la fuerza de voluntad implica que la persona es lo “suficientemente fuerte” como para no dejar que los discursos de la sociedad le afecten emocional y mentalmente. Esto me lleva a destacar que las incidencias de comorbilidad, ya sea desórdenes de depresión, ansiedad, estrés postraumático e ideaciones suicidas, son un fenómeno que va de la mano del diagnóstico. Somos bombardeados constantemente sobre lo que “está bien y está mal”, causándonos un malestar profundo si sentimos dificultad o incapacidad para “adaptarnos”. La institución de la APA funciona como un ente poderoso y autoritario dentro de la comunidad científica que emite un discurso al que prescribe (Butler, 2002), legitimando parámetros entre normal/anormal, naturaleza/cultura, sexo/género y mujer/hombre (Martínez-Guzmán & Íñiguez-Rueda, 2010).   

Experiencias de un actor trans  

Elliot Page es un actor canadiense que transicionó públicamente y escribió su autobiografía Pageboy: A Memoir (2023) donde nos comparte la violencia a la que fue sometido desde su infancia. Según él, a sus cuatro años entendió que no era una niña. En este sentido, comenta que “no fue de una manera consciente, sino en un sentido puro, sin contaminación” (p. 14). Lo que sentía en lo más profundo de su ser era real. Pero, deseo señalar que asumirse como niño o niña apunta a una “contaminación” discursiva. Él intentaba orinar parado, usaba ropa masculina, jugaba con juguetes de “niño” y tenía recorte de “niño”. No obstante, reconoce que era un “estereotipo andante” (p. 16). Todo lo mencionado anteriormente es reflejo de aculturación y de la inflexibilidad de los roles de género que pasan desapercibidos por nuestra consciencia.  

Page (2023) reconoce sus síntomas del diagnóstico de disforia de género. Además, confiesa que el malestar era tan insoportable que lo llevó a castigarse y mutilarse de múltiples maneras, al igual que a desarrollar un trastorno de alimentación y contemplar el suicidio. Cuando su cuerpo comenzó a cambiar en la adolescencia, sentía tanta repugnancia que era incapaz de mirarse en un espejo. Para él es difícil explicar la disforia de género a quienes no la experimentan, pero la define como “una voz horrible en el fondo de tu cabeza, asumes que todos los demás la escuchan, pero no es así” (p. 89). Comparó su experiencia de vida con estar atrapado en un cuerpo y tener que usar una máscara. Tanto así, que interpretar papeles femeninos se volvió una carga demasiado pesada porque sentía que ya estaba interpretando un papel en su vida personal que lo estaba sofocando.  

Deseo resaltar una de sus experiencias que exhibe cómo la influencia religiosa prevalece en nuestra sociedad, la cual está cementada en los valores y discursos que se promueven. Page relata que, luego de haber besado a una chica por primera vez, escapó corriendo (2023). Más tarde, a pesar de no considerarse una persona religiosa, se preguntó si Dios lo había visto y si había pecado. En efecto, se ha demostrado que “el Estado puede convertirse en la sede de recirculación de los deseos religiosos” (Butler, 2004, p. 162). Por eso, concluyo que la institución de la familia nuclear y la santificación del matrimonio heterosexual dan paso a la culpa, la vergüenza, la violencia y la psicopatologización de las identidades queer. 

El terror de transicionar públicamente lo llevó a esperar hasta sus 33 años para decidir llevar a cabo la cirugía de afirmación de género. Elliot sentía pánico y vergüenza porque se encontraba dentro de una cultura plagada de transfobia y repleta de personas con poder y plataformas que atacan activamente la comunidad LBGTQIA+ (2023). Adicionalmente, ser una figura pública añade otro nivel de amenaza. No obstante, luego de realizar su transición, admitió sentirse seguro, como si su cuerpo al fin podía respirar. 

La disforia de género ha sido real para él porque la ha aceptado como tal luego de haber incorporado y reproducido los discursos que nos dominan. Un sujeto emerge dentro de las relaciones de género mismas donde asume, se identifica y se apropia de las normas corporales y culturales que se promueven (Butler, 2002). Como he mencionado anteriormente, estamos inmersos en una realidad que existe porque la seguimos produciendo y reproduciendo, manteniendo su función estabilizadora. Dentro de esta, Page ha asumido el discurso (lo ha hecho suyo) de que el malestar tiene origen en el cuerpo. Por otro lado, también puede ver que la cultura “nos lanza una serie de mensajes para interpretar ese malestar” (Missé, entrevistado por Borraz, 2019, párr. 2). Page escribe: “el mundo nos dice que no somos trans sino enfermos mentales... que mutilé mi cuerpo, que siempre seré mujer... No son las personas trans las que padecen una enfermedad, sino la sociedad que fomenta ese odio” (2023, p. 196, énfasis suplido). Notemos cómo oscila entre asumir la disforia como un asunto personal y reconocer que es socialmente impuesta.  

Missé (entrevistado por Borraz, 2019) argumenta, al igual que Kitzinger (1989), que se nos ha enseñado que solo tenemos dos opciones y no hay espacio para otras manifestaciones. Esta es una posible razón por la que muchas personas trans se podrían considerar heterosexuales o piensan que es necesario un procedimiento de reafirmación de género para encajar (de una forma u otra) con el ideal de género y sexualidad impulsado por la normativa social. En la actualidad, se reconoce una multiplicidad de identidades que refuerza el uso de categorías o clasificaciones. Entiendo que esta dinámica sigue siendo impulsada porque vivimos en una sociedad donde la clasificación es necesaria para comunicarnos. Sin embargo, ¿qué pasa con las personas que no se identifican con las “nuevas” clasificaciones? ¿Siempre será necesario posicionarnos dentro de alguna categoría o se podrá abrir el espacio para vivir libremente sin etiquetarnos? 

Conclusión  

Para finalizar, reitero que el género es una ilusión (una construcción social) que no está determinado por la naturaleza biológica de los seres humanos. Recalco que es algo que hemos producido y reproducido y, por ende, lo podemos deconstruir y resignificar. De esta manera, apoyo la deconstrucción del género y los roles sociales para así flexibilizar el cuerpo y la imagen de las personas. Sabemos que la clasificación es una herramienta que nos permite comunicarnos, pero también ha sido un dispositivo que fomenta la violencia y la exclusión. Por eso, invito a la reflexión sobre un mundo donde no existan las etiquetas y podamos vivir en libertad. No obstante, entiendo que antes de dar un paso tan radical, es posible incorporar la propuesta de Judith Butler (2002) de resignificar los conceptos y repetirlos “en direcciones que inviertan y desplacen sus propósitos originarios” (p. 182).   

Igualmente, la simbolización del sexo puede ser reconsiderada. La propuesta de Fausto-Sterling (2000) de incluir al menos cinco sexos para así dar espacio y visibilizar a las personas intersex es una opción. Ahora bien, a pesar de que la categorización sexual es necesaria para propósitos médicos, no estoy segura de que la atención en las características fenotípicas sea la mejor opción, ya que puede dar paso a la discriminación. Aparte de eso, presento otra alternativa para dichas personas: eliminar la necesidad de “corregir” su genitalia, especialmente sin su consentimiento (Useche Aldana, 2005), para así vivir una vida lo más libre posible.  

Evidentemente, sostengo que, una vez se deconstruya el género, la categoría psicopatológica de disforia de género debe ser eliminada de las futuras versiones del DSM. En el pasado, consideré que el problema era la disforia anatómica, pero ahora entiendo que el malestar en torno al cuerpo viene de la internalización de las imposiciones sociales. Esto no es experimentado solamente por personas trans y no binarias, pues vivimos en un mundo donde se normalizan las cirugías plásticas en personas cisgénero. Ambas prácticas modifican el cuerpo. Sin embargo, solo una es patologizada. 

Referencias

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Posted on December 20, 2024 .