Guadalupe Nettel and the forsaken: The family as the origin of trauma in Los divagantes
Steven Oquendo López
Programa de Educación en Español
Facultad de Educación, UPR RP
Recibido: 17/09/2024; Revisado: 07/11/2024; Aceptado: 09/11/2024
Resumen
En Los divagantes (2023), Guadalupe Nettel presenta personajes cuya relación familiar resulta traumática. Al presentar la familia como un espacio de extrañeza y amenaza, desmitifica la imagen sagrada de la familia que el capitalismo necesita para reproducir futura fuerza laboral. Este artículo repasa las aportaciones de diversas teóricas marxistas feministas y analiza los cuentos “Jugar con fuego”, “La cofradía de los huérfanos” y “Un bosque bajo la tierra” para probar que el trauma familiar surge cuando ésta falla en su misión disciplinaria.
Palabras clave: trauma, familia, desmitificar, capitalismo, marxismo
Abstract
In Los divagantes (2023), Guadalupe Nettel portrays characters whose family relationships are traumatic. By depicting the family as a space of strangeness and threat, she demystifies the sacred image of the family that capitalism relies on to reproduce future labor forces. This article explores contributions from various Marxist feminist theorists and analyzes the stories “Jugar con fuego”, “La cofradía de los huérfanos” and “Un bosque bajo la tierra” to demonstrate that family trauma arises when the family fails in its disciplinary mission.
Keywords: trauma, family, demystify, capitalism, Marxism
Introducción
Confiar ciegamente puede conducir a una tragedia. Las personas en quienes más confiamos son las que tienen el mayor potencial para hacernos sufrir, precisamente por la sorpresa que provoca su traición. En Los divagantes (2023), la escritora mexicana, Guadalupe Nettel, presenta cuentos que desmitifican la idea de la familia como un refugio sagrado lleno de amor y compasión. En sus cuentos, la familia no es zona de confort, sino de extrañeza y amenaza. Es el origen del trauma, un espacio que marca al sujeto de manera atroz e irremediable, impidiéndole vivir en paz. En este trabajo, examinaré los cuentos “Jugar con fuego”, “La cofradía de los huérfanos” y “Un bosque bajo la tierra” para demostrar que Nettel desafía la visión idealizada de la familia construida por el capitalismo. La existencia de la familia tradicional burguesa es una pieza clave en la economía capitalista: cuestionar su idealización es desafiar la lógica que sustenta este orden disciplinario, cuyo objetivo es socializar al sujeto y mantener el control a través de las normas socioculturales que le intenta imponer. En estos cuentos, la familia falla en su cometido, y al hacerlo, traumatiza a sus miembros.
La familia dentro de la lógica capitalista
Silvia Federici, historiadora y filósofa marxista feminista, en su libro, Calibán y la bruja, traza cómo las necesidades del orden social capitalista relegaron al sujeto político femenino al ámbito doméstico, y cómo alrededor de ellas se construyó el modelo tradicional de familia burguesa que conocemos hoy. O sea, ese modelo que sitúa a la mujer en el ámbito privado y al hombre en el público. En esta sección, haré un breve repaso de las aportaciones de Federici y, las haré conversar con argumentos de otras teóricas marxistas para establecer el marco teórico que los cuentos de Guadalupe Nettel desafían. Aquí sostengo que, para formar la familia ideal burguesa, primero es necesaria la mujer ideal.
Federici señala que, en el primer volumen de El Capital, Karl Marx “analizó la acumulación primitiva casi exclusivamente desde el punto de vista del proletariado industrial” (89) y se percata de que no menciona “las profundas transformaciones que el capitalismo introdujo en la reproducción de la fuerza de trabajo y en la posición social de las mujeres” (89). Federici explica que es imposible analizar los procesos de acumulación primitiva, como la expropiación de tierras, sin examinar el papel impuesto al cuerpo de la mujer en la necesidad del capital de producir cuerpos de trabajo. Esto debido a que, para que el capitalismo pueda explotar al trabajador, primero debe formarlo. Para ello, se requiere del cuerpo gestante, que juega un rol crucial en la reproducción de la futura fuerza laboral. Este proceso, analizado desde la teoría de la reproducción social, es una condición necesaria para la perpetuación del capitalismo. Tithi Bhattacharya argumenta que el capitalismo se apoya en la mitología de que la familia es una institución natural y ancestral para desmantelar cualquier intento de abolirla (49). De forma directa: el orden social capitalista necesita mistificar el concepto de la familia tradicional burguesa para justificar su proceso de relegar el sujeto femenino al espacio doméstico y, como resultado, reproducir constantemente futura fuerza laboral.
Federici recapitula las estrategias culturales y legales (incluidas las cazas de brujas) que se implementaron para segregar al sujeto político femenino al espacio doméstico, lo que ella describe como los procesos de domesticación. Estos procesos no habrían sido posibles sin las artimañas legales y culturales que a lo largo de los siglos XVI y XVII atropellaron a las mujeres (153). Se les quitó la posibilidad de ser independientes, prohibiéndoles, por ejemplo, vivir solas, realizar contratos o representarse a sí mismas en las cortes (153).
La división social por género inició un debate que entró en el terreno de la literatura. Se construyeron imaginarios culturales que establecían “que las mujeres eran inherentemente inferiores a los hombres —excesivamente emocionales y lujuriosas, incapaces de manejarse por sí mismas— y tenían que ser puestas bajo control masculino” (154), lo que desembocó en la idea de la esposa modelo. Así lo explica Federici:
Mientras que en la época de la caza de brujas las mujeres habían sido retratadas como seres salvajes, mentalmente débiles, de apetitos inestables, rebeldes, insubordinadas, incapaces de controlarse a sí mismas, a finales del siglo XVIII el canon se había revertido. Las mujeres eran ahora retratadas como seres pasivos, asexuados, más obedientes y moralmente mejores que los hombres, capaces de ejercer una influencia positiva sobre ellos. (157)
Esas mujeres pasivas y obedientes son la base sobre la que se construye la familia moderna burguesa que se inserta dentro de la economía de los cuidados. Son ellas las que mantienen la casa en orden, alimentan al resto y cuidan al enfermo: son quienes sostienen esta estructura social. Nancy Fraser lo lleva más lejos: para ella, sin esa estructura de familia burguesa, “no existiría ni la economía ni la cultura ni el Estado” (95). Aparte, Sophie Lewis teoriza que:
La familia es el motivo por el que se supone que queremos ir a trabajar, el motivo por el que tenemos que ir a trabajar y el motivo por el que podemos ir a trabajar. Es, en su esencia, el nombre que le damos al hecho de que, en nuestra sociedad, los cuidados estén privatizados. (18)
El proceso de segregación descrito por Federici culmina en el planteamiento de Lewis sobre los cuidados privatizados. Cuando habla de los cuidados privatizados, se refiere a que la familia se encarga de satisfacer las necesidades humanas que corresponden al Estado. Entiéndase: seguridad alimentaria, de vivienda y salud, entre otras. Ella afirma que “la función de la familia es sustituir la asistencia social... Haciéndose pasar por una elección, creación y deseo de los individuos, la familia es un método para organizar, por poco dinero, la reproducción de la fuerza de trabajo de la nación y garantizar el pago de las deudas” (22). Es decir, el Estado necesita del sistema familiar actual para redistribuir a otras causas el dinero que debe destinar al bienestar ciudadano.
Este panorama es importante porque Guadalupe Nettel tuerce esa concepción de familia en sus cuentos. En ellos, la madre no es la mujer ideal y los hijos no son pura devoción para ellas. En vez de un espacio de apoyo y estabilidad, Nettel presenta la familia como fuente de dolor. Rompe con la ilusión capitalista de que el destino humano es formar una familia. Desmitifica la falacia de la familia como un refugio ideal mostrándola, en cambio, como el origen del trauma.
Familias traumáticas
Cuando utilizo el término trauma, me refiero a una experiencia negativa que marca al sujeto y transforma su vida. Según J. Roger Kurtz, el trauma es una herida psicológica o emocional causada por un evento catastrófico, o la amenaza de uno, que afecta los mecanismos de respuesta del individuo (2). Es decir, el trauma es un suceso que, por su atrocidad, impacta en el comportamiento futuro del sujeto. Entonces, cuando me refiero a la familia como el origen del trauma, argumento que el espacio familiar puede ser un reproductor de experiencias traumatizantes para sus miembros. En la narrativa de Guadalupe Nettel se encuentra otro ejemplo anterior a Los divagantes (2023) que cuestiona el orden tradicional de la familia burguesa impuesto por el capitalismo: La hija única (2020). Para Fernando Rosenberg, en La hija única, “el recorrido de la relación de la hija-protagonista respecto a su madre sugiere una desarticulación productiva de este ‘orden simbólico’, que lejos de ser transhistórico, refuerza un orden patriarcal que ocluye la posibilidad de otras modalidades vinculares” (183). El “orden simbólico” al que se refiere Rosenberg es aquel que define a la madre como devota incondicional, como única y la que siempre se sacrifica por los otros. De modo que, en la narrativa de Nettel, no es nuevo encontrarnos con familias disfuncionales que cuestionan la imagen sagrada de la familia. Mi propuesta añade la posibilidad de leer esas familias disfuncionales no solo como un cuestionamiento a la falacia impuesta por el orden social capitalista, sino extender el análisis a los efectos de esa falacia en los integrantes de la familia. Si la familia es generadora de traumas, es porque, dentro de la lógica capitalista, es un constructo social nocivo debido a que obliga a sus miembros a ocupar determinados roles. Curiosamente, en los cuentos que analizaré, la familia traumatiza a sus miembros de otra manera. No lo hace al imponer roles tradicionales, lo hace al fallar en su imposición. La familia, en estos casos, traumatiza como consecuencia de su falla disciplinaria.
Los hijos extraños que juegan con fuego
El confinamiento pandémico nos obligó a interactuar con nuestras familias, a conocerlas, más de lo necesario. Así se refleja en la dinámica familiar del cuento “Jugar con fuego”. Tras varios sucesos perturbadores ocurridos en su condominio, esta familia decidió ir de vacaciones al campo para aliviar el estrés acumulado por el encierro. Ese viaje incómodo, lleno de encontronazos entre los niños y su padre, terminó en un incendio. El cuento abre con el siguiente epígrafe: “El diablo puede ser una nube, una sombra, una ráfaga que mueve las hojas. Puede ser el cubayo que cruza el cielo o un reflejo en el agua del río” (39). En otras palabras, el diablo, la maldad encarnada, puede ser cualquier cosa: o cualquier persona.
La historia es narrada por Gabriela, madre de dos hermanos: Bruno, el mayor, que cursa la escuela secundaria en línea, y Lucas, el menor. El cuento comienza con Gabriela espantada debido a la aparición de unos garabatos en su pasillo:
Eran dibujos feos, bastante rudimentarios, hechos con gis, marcador indeleble y hasta lápiz labial, pero tenían algo violento –algo que iba más allá de la vulgaridad de unas tetas o de unos genitales peludos–, probablemente la rabia con la que habían sido ejecutados. Esa rabia se me metió al cuerpo y se mezcló con la indignación que el asunto me producía. (39)
Desde ahí se establece el ambiente ominoso del cuento. Por el momento, desconocemos el artista tras los dibujos, pero la rabia en ellos contribuye a la construcción de una atmósfera inquietante. Ante la extrañeza del asunto y otros incidentes menores, el esposo de Gabriela sugirió realizar un viaje de campo. En Santa Elena, lugar del viaje, la interacción de Bruno y su padre es incómoda. Bruno no quería estar allí, lo que irritaba a su padre. En un momento, mientras corrían bicicleta en familia, Bruno, ya harto, sugirió que lo dejaran en una esquina. El padre le respondió que deje el drama y pedalee. A lo que Bruno replicó: “–¡Yo no quería venir! . . . Odio el campo. Está hecho para animales como tú” (44). La discordia explotó más adelante cuando Bruno le escupió un buche de agua a su padre y, este, en respuesta, le golpeó. Ante la situación, Gabriela se estresó y Lucas, el hermano menor, ni se inmutó. Durante el cuento, Gabriela mantuvo su atención en el comportamiento rebelde de Bruno e ignoró a Lucas. De hecho, cuando Gabriela le reclamó a su esposo por golpear a su hijo, le dijo que Bruno tiene cosas que decirles y no sabe cómo hacerlo (48). A lo que Lucas, presente en la conversación, comentó: “Yo también tengo muchas cosas que decirles” (49) y no se le hizo mucho caso, evidenciado por como Gabriela se fue a buscar a Bruno. Lucas, debido a ser vocalmente reservado y más tranquilo que su hermano, pasó desapercibido para sus padres. Mientras que Bruno, al ser explícitamente rebelde, recibió más atención. Lo que eventualmente pasó factura.
A medida que avanzó la historia, ocurrió un incendio en el bosque. La primera señal del fuego fue un grito de Bruno que pidió a Lucas alejarse del mismo. Así describió Gabriela la reacción de Lucas ante las llamas:
En vez de atender al pedido de su hermano, Lucas las miraba absorto, casi divertido, como si estuviera viendo un video en internet y no los primeros signos de un incendio en el momento extremadamente fugaz en el que aún es posible detenerlo. (56)
Gabriela, dominada por la preocupación, no prestó más atención al detalle, a la manera en que Lucas miró el fuego. En ese momento se asomó lo que se convirtió el mayor de sus terrores. Anteriormente, Lucas mencionó que tenía muchas cosas que decir. Recordemos los dibujos perturbadores y llenos de rabia que provocaron el viaje. Su comportamiento está marcado por haber crecido aislado, con interacciones limitadas a Bruno y sus padres. Por el incendio, Gabriela y sus hijos escaparon al carro familiar y salieron del bosque. Bruno lloró en el asiento trasero (58). Gabriela, confundida, les preguntó a los niños sobre el origen del incendio. Bruno acusó a Lucas y él no negó su culpabilidad. También confesó haber hecho las imágenes perturbadoras. Dicho sea de paso, Bruno conocía al autor tras los dibujos y no dijo nada. En ese momento, Gabriela se bajó del carro preguntándose “si realmente conocía a esos niños que había parido y criado con esmero durante años” (60). Si analizamos el cuento bajo los parámetros que utilizó Aristóteles para examinar la tragedia en su Poética, este es el momento del reconocimiento (89); es la instancia en que Gabriela conoce la cara oculta de su hijo y comienza su mala fortuna.
Recalco que mi propósito es demostrar cómo los cuentos de Guadalupe Nettel desmitifican el espacio familiar como uno sagrado al presentarlo como un organismo extraño y traumático. En “Jugar con fuego”, los hijos de Gabriela le provocan miedo. Ella, que según la lógica capitalista de la familia burguesa debe ser una madre protectora, desconoce a sus hijos; en lugar de amor y devoción, experimenta temor ante lo que son capaces de hacer. No defiende sus acciones; no es la madre pilar que, sin importar ningún argumento, defenderá a sus hijos. Regresemos al epígrafe del cuento, el cual menciona que el diablo puede ser cualquiera. Aquí, Lucas es el diablo. Inició el fuego del bosque y, metafóricamente, el fuego del trauma de Gabriela. Extiendo la metáfora del diablo para añadir que, igual que Satanás fue expulsado por Dios del cielo debido a su pecado, Gabriela expulsó a Lucas del espacio materno debido a su pecado. Ella acabó el cuento con la siguiente sentencia: “pero nosotros ya no éramos los mismos” (62). Alude al cambio que significará para su familia la experiencia del campo, el haber desvelado a Lucas como un ser retorcido, ominoso. Si Lucas provoca pavor a su madre, es porque “sólo es terrorífico aquello que una vez fue familiar” (Negrón 13). Lucas dejó de ser familiar para ella. De aquí se deduce que no solo los padres causan traumas a sus hijos, sino también los hijos a sus padres.
La cofradía de los huérfanos idealiza la familia
Un hombre que no conoció a su familia, criado en un orfelinato, se encontraba en un café y se percató de un hombre que reconoció haber visto en un cartel de “se busca”. Sorprendido, regresó al cartel, sin siquiera hablar con el desaparecido, y llamó al número impreso. Al rato llegó una ambulancia acompañada de un Mercedes Benz. Dos enfermeros se llevaron al hombre y la mujer del Mercedes ni siquiera se bajó del carro. Esa es la premisa de “La cofradía de los huérfanos”, historia contada a través de los ojos de un narrador huérfano que empieza el cuento con una declaración tajante: “No conocí a mis padres” (29), lo que es un dato importante para comprender las acciones del narrador, puesto que su visión del mundo está influenciada por no haber tenido una familia. Al carecer de familia, idealiza lo que significa tener una. Cree que todas las familias, específicamente las madres, son naturalmente buenas.
El hombre desaparecido es Manu Carrillo. El narrador, al mirar la imagen en el cartel de desaparecido, describió su mirada como atormentada (32). Sin embargo, se percató de que, en el Café Walsh, la mirada de Manu parecía serena: “… qué distinta se veía su mirada ese sábado de la que mostraba la fotografía. Mucho más serena ahora, se diría, o por lo menos no tan atormentada” (37). Debo mencionar que la mujer del Mercedes Benz es Gloria Carrillo, madre de Manu. Durante la breve conversación telefónica que sostuvo con el narrador, describió a su hijo como fragilizado y propenso a la agresión física (35). Su descripción se asemeja a la imagen de Manu capturada en su cartel de desaparecido, pero contrasta totalmente con el Manu que se encuentra solo en el café. Se crea así un efecto de antítesis entre ambos Manu, un desdoblamiento, un espejo. Tal efecto puede entenderse bajo el concepto literario del doble, recurso que “intenta articular, de modo afín a la nueva experiencia, la estructura del yo y de la persona” (Tollinchi 49). En otras palabras, el doble resalta los conflictos internos del sujeto desdoblado. En el cuento de Nettel, surge la pregunta de quién es Manu: ¿el atormentado y frágil descrito por Gloria o el sereno que se encuentra en el café? El lector puede deducir que el Manu atormentado responde a un espacio de abuso familiar. En cambio, el narrador huérfano, al idealizar la familia conforme a la lógica impuesta por el capitalismo y sus necesidades, también, por supuesto, desde su orfandad, no considera esa posibilidad.
Nacemos aleatoriamente en una familia determinada; si es buena o mala, es cuestión de suerte. Sobre ello, afirma Lewis: “La dependencia casi total que tiene la persona joven de esas guardianas no se retrata como la dura lotería que evidentemente, sino como algo «natural», que no necesita un alivio social y que además es bonito para todas las personas implicadas” (19). La afirmación de Lewis está ligada al contexto de la infancia, no obstante, aunque Manu tiene 32 años, se encuentra en una relación de subordinación ante su madre. El narrador, al carecer de experiencia familiar, no comprende la diversidad de tipos de familia. Asumió que Gloria Carrillo estaba desesperada por la desaparición de su hijo: la imaginó “dando vueltas por su casa, desconsolada” (32). Ante ello, luego de conocer la situación de Manu, reflexionó:
Ahora, a la distancia, pienso que me hubiera gustado hablar con él, escuchar su historia y, sobre todo, interrogarlo sobre su relación con su madre, pues pocas cosas me intrigan más que las madres verdaderas, al parecer tan distintas de la versión idealizada que siempre he tenido de ellas. (36)
Su pensamiento surgió ante la revelación de que, muy probablemente, se equivocó al delatar la posición de Manu. La forma en que fue arrastrado por los enfermeros y la indiferencia demostrada por su madre, que ni siquiera se bajó del carro, le provocó reflexionar alrededor de que tal vez la familia, las madres, no son lo que él cree. La familia, en este contexto, es un espacio de reclusión: ejerce poder disciplinario (Han 31) e intenta controlar las acciones del individuo. El narrador no puede percibirlo, cree que las madres son lo que pinta la lógica capitalista que mistifica la familia, piensa que son esos seres cariñosos e incapaces de dañar. Por eso, chocó con la realidad que Lewis señala: la familia es una lotería, no son naturalmente buenas. Así se refiere el narrador a la manera de juzgar humana: “Lo hacemos partiendo de las experiencias buenas o malas que hayamos tenido antes y en los prejuicios sobre la realidad que construimos a partir de éstas” (36). De modo que acepta haber creído en el amor de Gloria Carrillo debido a su falta de experiencia en el campo familiar. Para Manu, la familia es el origen del trauma. Basta con contrastar su afecto en su imagen de desaparecido y el que mostró en el café. Para él, la familia no representa el orden, sino el desorden.
Un bosque bajo la tierra de ramas secas
“Lo cierto es que si hubo un lugar en el mundo en el que llegué a sentirme segura fue sobre aquellas ramas” (90). Aquellas ramas son las de una araucaria, un árbol de tamaño descomunal. “Un bosque bajo la tierra” se desarrolla alrededor de la relación que tiene la familia protagonista con el árbol moribundo de su patio, la araucaria. El eje central del cuento es el árbol y su deterioro, puesto que, para la familia, el árbol estuvo antes que ellos, cuando la casa era habitada por los abuelos, y debe permanecer después de ellos. Superficialmente, el conflicto del cuento parece ser la gradual muerte del árbol: se seca, sus hojas se caen y los animales dejan de frecuentarlo. Los vecinos, debido al miedo de que el árbol cayese en sus casas, se acercaron a la familia para pedirles que lo talen, pedido que no fue bien recibido. Cuando una vecina, la señora Meyer, sugirió cortar la araucaria, así reaccionó la madre:
Mi madre estaba furiosa. Echó a la vecina con un montón de groserías y le dijo, mientras Laura le abría la puerta, que antes de talar la araucaria tendrían que matarla a ella. Se quedaría allí mientras viviéramos en esa casa, y lo último que estaba en nuestros planes era mudarnos. La señora Meyer debió convocar una junta de vecinos porque a partir de entonces alguien tocaba a la puerta todas las tardes para insistir en el tema, hasta que dejamos de abrirles. (97)
La reacción visceral ante la sugerencia revela un profundo apego emocional. El árbol, antes de su deterioro, era considerado por el padre como el miembro más saludable de la familia (90). Ahora bien, esta cercanía con el árbol contrasta con la relación interna de la familia, completamente distanciada, desunida. La narradora lo expresa así: “Con mi familia, en cambio, la cercanía era mucho menor. Apenas intercambiaba algunas palabras al día, durante el desayuno o antes de irme a dormir. Cada uno de nosotros parecía vivir en una película distinta” (91). Dentro de la casa vive cada uno por su lado, en una película distinta cuyo único episodio en común es el apego al árbol. De manera que debemos preguntarnos qué significa el árbol en este cuento y cómo se relaciona a la lectura común que trazo en este artículo.
El árbol, junto a sus raíces profundas, puede simbolizar la tradición y la costumbre que mantiene a la familia unida a pesar de su falta de comunicación y cercanía, pero también las raíces que ejercen presión y control para mantener el orden. La narradora, cuando era niña, encontraba consuelo en el árbol cuando se sentía infeliz (90). Desde la altura, observaba y se distanciaba de las tensiones familiares:
…observaba todo: el ir y venir de mis vecinos, a mi hermana y sus patéticos pasos de baile frente al espejo, a Sergio con la cabeza metida en la computadora durante horas, a mis padres discutiendo a gritos dentro de su habitación. Visto desde allí, todo lo que me agobiaba parecía más pequeño y pasajero, incluso insignificante. (91)
El árbol es lo único que mantiene la unidad familiar en el cuento. Al final, cuando el árbol fue derribado por un huracán, el padre expresó su temor sobre el futuro de la familia: “Siempre sentí que era ese árbol el que sostenía nuestra familia. Ahora que está así, tengo miedo de lo que pasará con nosotros” (102). Esta declaración muestra la fragilidad de los vínculos familiares y lo ficticio que resulta su mito. El cuento muestra el fracaso del orden familiar. Si solo basta la caída del árbol para preocupar al padre, significa que no les une un vínculo sólido, sino la tradición y costumbre.
Luego de que cayó el árbol y sus hermanos abandonaron la familia, la narradora reflexionó en torno a su situación:
Hay veces que yo también quisiera irme lejos, escapar de la casa, de mis padres y del tronco vacío, pero ni siquiera lo intento. Estoy segura de que, por más que me esforzara, sería imposible. Las raíces que me atan a esta casa son cada vez más fuertes y expansivas, y aunque yo no pueda verlas las siento ceñirse dentro de mí. (103)
El cuento destaca la función de la familia mistificada como un espacio de control, como una institución que mantiene un orden disciplinario. Las raíces metafóricas de la familia le quitan libertad al individuo y le imposibilitan su escape, y así le ocurrió a la narradora. El capitalismo aprovecha las raíces bien establecidas de la familia para reproducir sus reglas. En el proceso de reproducción de trabajadores, también se reproducen las psicologías de esos trabajadores. Recordemos que la familia es el agente de socialización por excelencia, “se constituye en el nexo entre el individuo y la sociedad. Es la familia la que socializa al niño permitiéndole interiorizar los elementos básicos de la cultura y desarrollar las bases de su personalidad…” (Rodríguez, 92). En otras palabras, son necesarias las raíces que imposibiliten el escape del hogar porque es en la familia donde el Estado tiene su herramienta más eficaz. Sin embargo, esa lógica puede fallar. Cuando falla, cuando no logra imponer sus reglas, nace el trauma.
La madre del cuento no se presenta como un ángel del hogar; reacciona violentamente en contra de la vecina. En conjunto a su marido, vive un matrimonio de constantes discusiones. Ese ambiente disfuncional afecta a los hijos; la narradora siempre recalca las discusiones de sus padres. De manera que aquí los personajes crecen marcados por un orden familiar impuesto que no llega a cumplirse como es estipulado, por ello les atormenta. No deja de ser paradójico el asunto. Si las imposiciones de la familia se concretan, el sujeto sufre debido a ellas, pero, si fallan, también sufre. Puesto que, en el cuento, la narradora sufría cuando toda su familia vivía en la casa, o sea, mientras la estructura familiar se mantenía en pie, a pesar de las discusiones constantes. Cuando eso se derrumbó y sus hermanos se fueron, cuando la familia se desintegró, que se supone ese hubiese sido su momento de escapar, también sufrió. A ella le afectó el control ejercido por las raíces, no pudo escapar. Esas raíces funcionan como una voz que la persiguen, que, aunque reconoce falsa, le influye debido a su origen: la estructura familiar.
Conclusión
En el marco teórico de pensadoras como Bhattacharya, Federici, Fraser y Lewis, exploré cómo la familia burguesa, centrada en el rol de la mujer como sujeto político, ha sido construida para satisfacer las necesidades del capitalismo. Esta estructura familiar no solo reproduce trabajadores, sino también los socializa para su eventual integración en el mercado laboral. Los cuentos de Guadalupe Nettel muestran la fragilidad de ese orden y las traumáticas consecuencias de sus fallas.
En “Jugar con fuego”, Gabriela enfrenta una transformación profunda al descubrir la faceta oscura de sus hijos, lo que la hace cuestionar a su familia. Manu, en “La cofradía de los huérfanos”, sigue sufriendo los maltratos de su relación con Gloria, su madre, incluso en su adultez. Finalmente, en “Un bosque bajo la tierra”, la narradora se encuentra atrapada en un hogar que, en lugar de ofrecerle consuelo, la inmoviliza y la mantiene en un estado de infelicidad continúa debido a las raíces que la atan allí. Estos cuentos muestran cómo la familia, en lugar de ser refugio, puede convertirse en fuente de trauma y sufrimiento. Los personajes de Nettel están marcados por familias disfuncionales que impiden a sus miembros la paz y el bienestar. Para ellos, la familia es el origen de sus traumas porque, las experiencias que vivieron dentro de ella, afectaron el curso sano de sus vidas.
Obras citadas
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Arruzza, Cinzia y Tithi Bhattacharya. “Teoría de la Reproducción Social. Elementos fundamentales para un feminismo marxista”. Archivos de Historia del Movimiento Obrero y la Izquierda, vol. 16, 2020, pp. 37-69. https://doi.org/10.46688/ahmoi.n16.251
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Fraser, Nancy. Capitalismo caníbal: Qué hacer con este sistema que devora la democracia y el planeta, y hasta pone en peligro su propia existencia. Siglo XXI editores, 2023.
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Kurtz, J. Roger, editor. Trauma and Literature. Cambridge University Press, 2018.
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Negrón, Mara. De la animalidad no hay salida. Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 2009.
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Tollinchi, Esteban. Romanticismo y modernidad: Ideas fundamentales de la cultura del Siglo XIX. Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1989.
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