Ricardo J. Rivera Rivera
Departamento: Filosofía
Facultad: Humanidades
Resumen:
En este ensayo se busca poder explicar el concepto del arte en la filosofía de Friedrich Nietzsche, específicamente su papel como creación de ilusiones que permiten la vida. Este es un intento de poder rastrear este concepto desde su opera prima, El nacimiento de la tragedia y poder aunarla con lo que desarrollaría en un texto no publicado, Sobre verdad y mentira en sentido extramoral. Son dos textos que, de primera instancia, no parecen compartir temas en común, pero es mi tesis en este trabajo que ya entre ellos se puede encontrar una relación que será clave en su pensamiento maduro, entiéndase la necesidad de la arte como mentira para la vida.
Abstract:
This essay seeks to explain the concept of art in the philosophy of Friedrich Nietzsche, specifically its role as creating illusions that allows life. This is an attempt to trace this concept since his opera prima, The Birth of Tragedy and try to reconcile with what he developed in an unpublished text, On Truth and Lies in a Nonmoral Sense. At first glance, these two texts, do not seem to share common themes, but it will be shown in this work that among them you can find a relationship that will be key in his mature thought, that is, the necessity of art as a illusion for life.
En su obra El nacimiento de la tragedia, Nietzsche lanza la tesis de que “solo como fenómeno estético están eternamente justificados la existencia y el mundo” (Nietzsche, 2011a: 355, 435). Esta sentencia la podemos tomar como si el autor dijera que solo a través del arte la vida adquiere algún sentido y se justifica. Por ello, según nuestro autor, se podría definir al arte como aquello que complementa la existencia y que nos seduce para vivirla (Nietzsche 2011a: 346). El arte como complemento de la existencia es necesario en tanto que la realidad se revela como un mundo pulsional desmesurado, amorfo y contradictorio (Nietzsche, 2011a: 350). Este ensayo busca responder a la pregunta de por qué la vida necesita del arte como complemento para que aquella se pueda dar. Para ello nos atendremos a dos textos de la época de juventud de Nietzsche, el ya mencionado El nacimiento de la tragedia y un escrito póstumo Sobre verdad y mentira en sentido extramoral. Desde aquí podré mostrar cómo, aunque en una evolución clara de su pensamiento (de una concepción metafísica a una fisiológica de la pulsión artística), se mantiene la misma importancia del arte en su pensamiento.
En El nacimiento de la tragedia (1872), Nietzsche, a través del arte y de las pulsiones de lo apolíneo y lo dionisiaco, nos expresa su intuición más íntima sobre la realidad del mundo y qué papel juega aquella en este. Al respecto nos dice Eugen Fink: “[Ú]nicamente con el ojo del arte puede el pensador penetrar en el corazón del mundo” (2003:10). La realidad de estas pulsiones se da de manera intuitiva en el arte (Nietzsche, 2011a: 338) y análogamente, según Nietzsche, en los estados fisiológicos del sueño y la embriaguez. Así como en el sueño a los poetas griegos se les presentaba la bella apariencia del mundo onírico de los Olímpicos y “gozamos en la comprensión inmediata de la figura” (Nietzsche, 2011a: 339), así lo apolíneo se nos muestra como aquella pulsión artística de la naturaleza productora de las formas y la mesura y por el goce en la bella apariencia.
La pulsión de lo dionisiaco se puede caracterizar análogamente con la embriaguez, en tanto este estado fisiológico se muestra como desmesura y rompimiento de toda forma. O como nos lo define Dutra de Azeredo:
Dionisio es caracterizado como el dios del éxtasis y del entusiasmo, por eso, Nietzsche establece una analogía entre el estado dionisiaco y el estado de embriaguez, pues el mismo éxtasis y entusiasmo que lleva a los hombres a desligarse de sí mismos por la embriaguez, los caracteriza cuando están poseídos por Dionisio” (2009: 118).
Este contraste se expresa en la lucha continua de estas dos pulsiones que está en el fondo de todo crear artístico en donde “se ocultan fuerzas vitales [lo apolíneo y lo dionisiaco] sometidas a un agón (lucha) necesario e interminable” (Quevedo, 2006: 29) y que es lo que da vida a todo arte.
Este conflicto llega a su expresión máxima en la tragedia griega, en donde el arte dionisíaco le permite al ser humano intuir la realidad última de la vida, de que la existencia consiste en dolor y en sufrimiento, en el eterno devenir. Sobre este aspecto de la verdad dionisíaca nos dice Rojas Osorio: “[En] el mundo dionisiaco todo nace y todo muere… Dionisos es símbolo del caos, de lo informe y desmesurado, del ímpetu vital, de la pasión sexual y de la música.” (2014: 3) De esta realidad es que nos habla Nietzsche cuando pronuncia las palabras del sabio Sileno:
Estirpe miserable de un día, hijos del azar y de la fatiga, ¿por qué me fuerzas a decirte lo que para ti sería muy ventajoso no oír? Lo mejor de todo es totalmente inalcanzable para ti: no haber nacido, no ser, ser nada. Y lo mejor en segundo lugar es para ti – morir pronto. (Nietzsche 2011a: 346)
Para evitar un pesimismo huero, para evitar la “nausea del obrar” en donde no se quiera obrar por la futilidad de toda acción ante tal conocimiento, la pulsión apolínea entra en juego y a este caos le crea un ritmo, una forma, consolándose así el espíritu profundamente afectado por esta intuición de lo dionisiaco. Para poder vivir, el griego interpretó el fondo dionisíaco creándose lo individual, la apariencia, el arte para hacernos representaciones con las que pudieron vivir, o como dijo Nietzsche referente a los griegos; “[a] ese heleno lo salva el arte, y mediante el arte lo salva para si – la vida.” (Nietzsche, 2011a: 362)
Esta visión del arte en Nietzsche nos muestra ya la necesidad de cubrir, mediante ilusiones, mentiras, mitos, arte, la verdad del sufrimiento. Esto lo evidencia Kain cuando dice; “[For] Nietzsche, we cannot eliminate suffering… Instead, we must conceal an alien and terrifying cosmos if we hope to live in it.” (2006: 43) El griego vio la necesidad de crearse el mundo onírico de los dioses del Olimpo para justificar y así vivir su vida de manera afirmativa. Este mundo onírico de los Olímpicos era como un velo que ayudaba a desviar la mirada del terrible mundo de la visión dionisiaca. Los dioses, inmortales, pero compartiendo el resto de la condición humana, le enseñaba al griego sufriente que “en el fondo de las cosas, y pese a toda la mudanza de las apariencias, la vida es indestructiblemente poderosa y placentera.” (Nietzsche, 2011a: 362) En otras palabras, el arte dionisíaco nos da acceso al conocimiento de la esencia caótica del mundo, pero el arte apolíneo nos salva de él. Gracias a la tragedia,
Los griegos no temían mirar el sufrimiento, el dolor, el espectáculo espantoso del mundo… Sabían que el mundo es lucha, combate, y que en la lucha hay sufrimiento, pero también sabían que la lucha trae el momento de la victoria, y la alegría que comporta. (Rojas Osorio, 2014: 10)
Esta intuición de la capacidad y necesidad interpretativa lo muestra Nietzsche de manera indirecta en El nacimiento de la tragedia a través del arte, pero para ese mismo tiempo lo expresa de manera más clara y explícita en su escrito no-publicado, Sobre verdad y mentira en sentido extramoral (1873). Empieza nuestro autor exponiendo que el intelecto humano es una herramienta que este utiliza para su supervivencia y, sin ella, el ser humano se aniquilaría el mismo. El mecanismo principal para esta supervivencia del ser humano es la ficción. Mediante la ficción el ser humano es capaz de crear y ordenar su fondo pulsional a través de ilusiones, o metáforas, que pueden ser entendidas por la razón. Esto se debe a que, como muy bien había dicho Emmanuel Kant, y Nietzsche aquí hace eco de esto, el fundamento último de la existencia, la realidad, o la cosa en sí kantiana, “en sí es incognoscible, de ahí la necesidad de la máscara para sobrevivir, de la falsedad como condición del existir.” (Pérez López, 2009: 336)
Esta creación de metáforas a través de la capacidad ficcional del ser humano -que supone un proceso creativo que se asemeja al del arte en tanto que brinda al caos un orden y una forma que permita el conocimiento–, nos dice Nietzsche, es un impulso fundamental del aquel y que se da siempre nuevo en el arte. En el texto nuestro autor lo ejemplifica en la creación de las palabras, y en general, del lenguaje. Las palabras, según nuestro autor, son “la reproducción en sonidos articulados de un estímulo nervioso.” (Nietzsche, 2011b: 611) Inclusive las palabras y el sistema de palabras, que es el lenguaje, son esencialmente la transposición de un estímulo nervioso al sonido. Por lo tanto, todo nuestro lenguaje se puede caracterizar como una metáfora, como una ilusión que es traspuesta sobre una realidad pulsional que se nos da a conocer a través del cuerpo. Aquí podemos confirmar porque Nietzsche nos dice que la X de la cosa en si no puede ser conocida, solo conocemos metáforas y sus relaciones (2011b: 611-12). De esta capacidad ficcional, el ser humano se deleita en sus ficciones y recibe tremendo placer de ellas, especialmente cuando no está constreñido por ninguna convención o por ningún concepto y se le permite a su intelecto correr libre y emplear sus capacidades artísticas creativas en la producción de metáforas que sirven, ulteriormente, para hacer a este mundo uno cognoscible o, por lo menos, manejable para las empresas humanas.
Entonces, si la característica que distingue al ser humano es la conversión de pulsiones en metáforas, el engañarse a sí mismo con ficciones del lenguaje, de donde proviene esa aparente necesidad y/o interés hacia la búsqueda de la veracidad. La definición preliminar que da Nietzsche es que la “verdad” es una, “designación de las cosas uniformemente válida y obligatoria.” (Nietzsche, 2011b: 610). Estas designaciones uniformes surgen, en primer lugar, según Nietzsche, en tanto que el hombre, para su supervivencia, comienza a vivir en sociedad. Para evitar una lucha de todos contra todos, se crean metáforas que resultan válidas para todos los participantes de la sociedad y su validez radica en tanto sean útiles para su supervivencia y no, como se piensa, en el grado de parentesco con la realidad. En otras palabras, la veracidad de una metáfora institucionalizada, por así decirlo, la mantiene según esta mantenga su utilidad para el ser humano.
Ya podemos ver una relación entre los escritos de El nacimiento de la tragedia y Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, entre las pulsiones artísticas de lo apolíneo y lo dionisiaco, y la pulsión ficcional/metaforizadora del ser humano. La realidad en El nacimiento de la tragedia se nos presenta como el conocimiento que nos brinda el instinto dionisíaco de que el mundo y la existencia se componen de dolor, sufrimiento y continuo devenir. Frente a este mundo incomprensible, caótico, amorfo en sí para el ser humano, y para aliviar el dolor que esta mirada al fondo del mundo brindado por el arte dionisíaco, el ser humano se crea, a través de la pulsión apolínea, la bella apariencia para sanar la visión después de esa impresionable mirada al fondo de sufrimiento. Mediante la bella apariencia, que encuentra su sinónimo en el estado fisiológico del sueño, puede entonces el ser humano no solo mirar, sino conocer el fundamento último del mundo y de la existencia sin caer en ese sufrimiento y en la negación de la vida que conlleva tal conocimiento de la vida. Este arte de la bella apariencia incita al hombre a seguir viviendo, al igual que en el sueño que siempre se dice “quiero seguir soñando”. Y como nos dice Enríquez;
Esta es la concepción del arte que veía Nietzsche en los griegos y que intento plasmar en el Nacimiento: el carácter poético del hombre como único fundamento posible para aceptar el devenir y soportar el sin sentido de la vida. (2010: 5).
En Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, la condición de posibilidad de todo conocer se basa en la capacidad ficcional del ser humano. Como ya había dicho Kant, el mundo noumenal, o la cosa en sí, es incognoscible para la razón humana; sólo conocemos lo que nuestra razón pone en las cosas. Esto lo adopta Nietzsche y nos dice que todo nuestro conocimiento se basa en las ficciones que nosotros logremos producir a base de nuestra única relación con el mundo: la sensibilidad. Es para Nietzsche nuestro cuerpo el acceso más inmediato al mundo, y aquel nos comunica a este mediante “excitaciones nerviosas” las cuales nuestro intelecto convierte intuitivamente en imágenes y luego, por un segundo proceso metaforizador, estas imágenes las convertimos en articulaciones sonoras, o palabras. De esto se sostiene que Nietzsche diga que solo podemos conocer metáforas de las cosas, o sea, no tenemos acceso a la cosa en sí originaria, incluso, la “cosa en sí” es ella misma una metáfora de una esencialidad que nuestra razón simplemente no puede concebir. (Nietzsche, 2011b: 611)
Por lo tanto, en ambos escritos podemos apreciar la importancia de la actividad creativa de la ilusión, la metáfora y el arte como interpretación para el conocer, el pensar y la vida humana. En El nacimiento de la tragedia, el mismo impulso que nos compele a vivir, a pesar del aspecto trágico-pesimista de la existencia, es lo que incita a la actividad creativa en tanto que es en y a través de esta que la vida se encuentra justificada, una vida que por el arte se engrandece y se ennoblece. O como nos dice Kerkhoff:
[La] obra de arte es la tentativa de cubrir, esconder la individuación como resultado de sufrir… El mundo es, en su núcleo, voluntad; en forma de representación [arte], olvido de la voluntad, éxtasis. (1966: 9)
En Sobre verdad y mentira en sentido extramoral vemos cómo el impulso creativo artístico es una característica fundamental del ser humano y por la cual podemos metaforizar nuestros estados fisiológicos en imágenes y palabras que nos llevan a poder conocer el mundo y posibilita la vida. Dicho esto, comparto la conclusión a la que llegó Quevedo cuando dice; “[su] creación, por tanto, viene a convertirse en un conjunto de ilusiones que adormecen su [ser humano] conciencia de la gratuidad de la vida y le facilita el olvido de su sentido trágico.” (2006: 30). La vida es dar ritmo (Sánchez Meca, 2009: 63), a través de ilusiones y metáforas, a ese caos inaprehensible para nosotros. Por lo tanto, la vida para Nietzsche está necesitada del arte mentiroso, de aquella actividad artística creativa que cubre y traspone a una realidad amorfa y caótica un mundo de la ilusión
Bibliografía
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Universidad de Puerto Rico, Río Piedras
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